Cada vez que se reúne una comisión de expertos lo más prudente es meterse debajo de una mesa; como en los terremotos. Las manos en la cabeza, los ojos cerrados y a esperar que escampe. Eso nos enseña la experiencia. Les recuerdo la comisión de expertos para la reforma de la radiotelevisión española, que terminó recomendando a Zapatero transformarla en la tostadora de Frankenstein. O la de la reforma del sistema tributario español, que entregó a Rajoy un informe y al día siguiente empezaron a subir impuestos a troche y moche.

Cuando algún Gobierno tiene que hacer algo especialmente desagradable, impopular o traumático, no falla: echa mano de una comisión de sabios. Es como externalizar las responsabilidades. Como decirle a la gente que lo que sea que les van a hacer -normalmente jeringarles- no es porque sí, sino porque lo han dicho unos sabios.

Mariano Rajoy ha advertido a las Comunidades Autónomas que en menos de un mes se creará una comisión de expertos para proponer un nuevo sistema de financiación. A mí personalmente me tiemblan las canillas. Cuando los sabios se acercan al dinero normalmente hacen restas en el Sur y multiplicaciones en el Norte. Porque el Norte trabaja, prospera y se desarrolla, en tanto el Sur es una tierra que llora mientras canta. El Norte es, por ejemplo, Cantabria, un lugar donde los españoles reciben mil euros más por cabeza en servicios públicos cada año en comparación con lo que reciben los canarios. O el País Vasco, que se queda con sus impuestos y le paga un tanto alzado al Estado español, siempre con retraso y siempre discutiendo el porcentaje. El Norte es ese lugar en el que para ir de un lugar a otro puedes coger el avión, o un tren de alta velocidad (con billete subvencionado) o una red de autopistas de no sé cuántos carriles.

Los sabios suelen ser del Norte, donde están las mejores universidades (bendito sea el señor) y los centros de investigación. Y cuando aconsejan a los gobernantes les proponen soluciones imaginativas. Cuando el anterior Sistema de Financiación Autonómica, el presidente Zapatero vino hasta este Sur macaronésico para ofrecernos una gracia del Consejo de Ministros; un plan luminoso, brillante, de 25.000 millones de euros en diez años, que caería como un maná sobre los pobres indígenas. Pero el plan era de cartón piedra pintado de purpurina. Llovieron las elecciones y se escoñó todo. Un presidente del Norte, que también es sabio a su manera (a la manera en que es el presidente el que quiere que sean los vecinos el presidente) decidió utilizarlo en la Moncloa como papel sanitario.

Desde que nos dejaron sin las cuentas de colores y los espejitos del Plan Canarias, en el Norte no han hecho sino, con perdón, putearnos. Que reúnan a los sabios es una mala señal de humo. Y por el humo se sabe donde está el churrasco. Me temo que los indígenas van a seguir aquí abajo tirados como colillas. ¿Y saben qué? Se lo merecen.