En 2017, el simbólico centro cultural Pompidou de París cumple 40 años. Su fundador, el político Georges Pompidou, quería para París un centro cultural que no fuera solo un museo sino un centro de creación, en el que las artes plásticas se codearan con la música, el cine, los libros... Lo excepcional era -y lo sigue siendo- que un político poderoso como Pompidou hiciera un concurso público, abierto, que pudiera ganar cualquier equipo.

Los comienzos de este proyecto son de lo más interesante. Era justo después de la revolución del 68. Imaginemos el espíritu de la época. Pompidou se convirtió en el presidente al año siguiente, 1969, conservador, con una misión principal: restaurar el orden. Pero entendía el valor de la buena arquitectura y planificó una serie de proyectos de edificios transformadores para París. Entre ellos, tenía una propuesta para un centro de arte contemporáneo, no simplemente un museo o una galería, sino también una biblioteca y un centro para música.

En la conferencia de prensa de presentación del proyecto en el Palacio del Elíseo, en 1971, el Presidente Georges Pompidou estaba, como era habitual, correctamente vestido. No así el grupo de jóvenes de pelo largo, pantalones vaqueros acampanados y barbas hippies que había ganado el concurso para diseñar el centro de arte que llevaría su nombre. Decenas de fotógrafos franceses capturaron el gran acuerdo entre la arquitectura radical y la política del establishment que generó el famoso edificio que hoy conocemos como el Centro Pompidou.

Hasta el día de su inauguración inclusive, en 1977, el Pompidou fue objeto de coléricas críticas, como es tradicional para los edificios innovadores: por ejemplo, el crítico de arte de The Guardian quería que este objeto "horrendo" fuera cubierto con enredaderas. "París tiene su propio monstruo," decía Le Figaro, "como el del Lago Ness." Pero fue un rotundo éxito popular. La plaza se llenó de artistas callejeros y de multitudes de ciudadanos, y las cifras de visitantes se multiplicaron por cinco respecto a lo que se esperaba. Las escaleras mecánicas fueron un superéxito que todos querían probar.

En París se le considera el edificio más significativo desde la segunda guerra mundial, y es un gran precursor de la arquitectura "icónica" impulsora de las ciudades de hoy, tan brillante en sus metálicos rojos y azules.

*Doctora en Arquitectura.

Profesora de Gestión de Destinos de Turismo Cultural de la UEC

Más que un monumento, un "happening"

Los arquitectos partían de la idea de que "la cultura debe ser diversión". "Después de décadas de museos llenos de polvo, aburridos e inaccesibles," declaró Renzo Piano, "alguien tenía que hacer algo distinto. Poner esta nave espacial en el centro de París fue un poco loco, aunque fue un gesto honesto." Efectivamente fue valiente. Los arquitectos Richard Rogers y Renzo Piano se apoyaron en ideas de arquitectos como Archigram y Cedric Price, con su tipo de arquitectura que utilizaba la tecnología para cambiar y avanzar con el glamour del cine y la publicidad.

Probablemente ganaron el concurso porque además del centro cultural ellos propusieron una plaza, un espacio público, para todos los ciudadanos, en lugar de cubrir todo el lugar con el edificio, captando el espíritu de la época. Pompidou murió antes de que se terminara el centro y su sucesor, Giscard d''Estaing, intentó cancelar del proyecto pero no pudo.

40 años después el Pompidou sigue siendo un éxito por los mismos motivos que cuando fue construido. La energía y la alegría palpable en su construcción se sigue sintiendo en cada visita. Y su relación con la plaza, con el espacio público, es brillantemente renacentista. Es un caso que demuestra cómo un solo edificio cultural puede ser mágicamente transformador de una ciudad. Casi nadie lo sabe pero en este edificio fue en el que me inspiré para poner en marcha el proyecto del TEA.