Muy malas noticias, de las de verdad, no de esas con las que nos castiga la política todos los días: el recibo de la luz subirá de media entre 8 y 9 euros este mes de enero. El ministro Nadal ha dicho que al año cada familia podría verse obligada a pagar de media hasta cien euros más por su consumo eléctrico, y hay quien cree que se está quedando corto.

Y eso a pesar de que -en los precios finalistas que paga el usuario- sólo una parte inferior al 35 por ciento de la factura está condiciona por el precio real de la producción eléctrica. El resto son peajes, impuestos o cargas que fija el Gobierno. Sin entrar aún en esa cuenta, el bono social o las exenciones por pobreza energética, el recibo que pagamos los españoles lleva aguantando desde hace muchos años un montón de enjuagues: el más importante es el que representa la financiación de la deuda por el déficit tarifario del pasado, cuando el Gobierno jugaba con el recibo de la luz cada vez que le hacía falta. Pero también incluye el recibo los incentivos a la producción de energía renovable, las ayudas a la "interrumpibilidad" que se pagan desde la noche de los tiempos a las grandes empresas consumidoras, y que representan una pasta gansa; los pagos por capacidad a las centrales térmicas, que se abonan incluso cuando no están en funcionamiento; los peajes por acceso a la red eléctrica... Y por último, el recibo incluye también el sobrecoste que supone producir energía en Canarias y Baleares y en Ceuta y Melilla, descolgadas del sistema eléctrico nacional, y en donde generar electricidad es bastante más caro que en el territorio peninsular, aunque el usuario pague el mismo precio que en Cuenca.

Aparte de ese 65 por ciento de extras variados, "fabricar" electricidad no es en absoluto barato. Es muy caro. La única energía barata es la que no se consume, o se consume sólo cuando nadie consume. Y hay situaciones en que la energía se encarece más aún, tal y como ha ocurrido en los últimos días como resultado de la ley de la oferta y la demanda, porque la demanda ha crecido por el frío invernal que ha caído sobre Europa, y hay poco viento y poca agua, altos precios del gas, y además se ha producido la desconexión de algunas centrales nucleares francesas, que al dejar de aportar energía a la red, han hecho que el resto de la electricidad se encarezca.

Así las cosas, el precio medio de la electricidad en el mercado mayorista (antes de que el Gobierno español lo infle como un globo para pagarles a las eléctricas lo que les debe) ha subido un ochenta por ciento en lo que llevamos de mes. Se trata de un aumento que afecta también a los países de nuestro entorno más cercano: Francia, que es el país europeo con la electricidad más cara, se ha situado en cifras récord. Lo mismo ha ocurrido en Alemania y en Portugal.

No se trata, pues, de este Gobierno nuestro, que hace siempre las cosas mal, o de una conspiración de las malvadas eléctricas contra los obligados consumidores de un monopolio que ya no existe. De hecho, los que hayan seguido la recomendación de las compañías de mantenerse en el mercado eléctrico libre y hayan cambiado sus contadores por contadores inteligentes, podrán pagar menos que los que no han hecho caso. Para el resto, lo de darle al interruptor va a dejar de ser un gesto sin consecuencias: cada vez que queramos encender la luz, alguien nos va a pedir las dos últimas nóminas y la firma de un avalista.