La historia de Canarias la han escrito miles de mujeres que se han dejado la piel en el campo y en el hogar, que se han destrozado las manos mientras lavaban ropa en los barrancos o que se han quemado al sol recogiendo la siembra que luego cocinaban para alimentar a toda la familia. Los detalles de esa historia se pueden leer en algunos libros, pero, ahora, también escuchar y hasta bailar. La semana pasada, más de 3.000 niños aprendieron mucho de sus orígenes -e incluso un poco de los de Venezuela o de los del Norte de África- a través de la versión didáctica, y musical, del "Canto al trabajo", de la compañía Pieles, incluido en del ciclo Despertares, de la Fundación CajaCanarias. Este ciclo intenta hacer germinar el gusto por las disciplinas artísticas en los más pequeños a través de exposiciones o conciertos en los que se destaca la figura de algún artista canario.

Estos niños, algunos de apenas seis o siete años, cambiaron sus aulas por el auditorio de la Fundación para tocar las palmas, cantar, reírse y aprender y -sin darse cuenta- rendir homenaje a sus madres y abuelas. Durante una hora descubrieron que las herramientas de labranza que se usaban en otros tiempos también servían para hacer música. "Canto al trabajo" es un proyecto gestado a partir de la cooperación entre artistas de las Islas que reconoce el papel que ha desempeñado la mujer.

Para algunos fue una experiencia única. Muchos estudian en escuelas unitarias, centros pequeños de las zonas más alejadas de los municipios más alejados de la Isla. La mayoría no tiene la oportunidad de salir de visita con el colegio hasta que llega al instituto. De ahí que la Fundación pusiera especial interés en que pudieran venir y financiara el transporte. La semana pasada programó ocho funciones en horario de mañana.

La cara de los chicos cuando se apagaba la luz por primera vez ya hacía presagiar que el esfuerzo merecería la pena. Los ojos de muchos de estos pequeños invitados se abrían como platos desde que el auditorio quedaba en penumbra y empezaban a iluminarse los primeros protagonistas. "¿Pero quiénes son esas personas?, preguntaban unos a otros, con una mezcla de sorpresa y expectación. Su incertidumbre se despejó pronto. Esos hombres y mujeres eran sus antepasados que, ataviados como entonces, y reconvirtiendo utensilios domésticos en instrumentos musicales, venían a contarles -o, mejor dicho, a cantarles- su propia historia.

Sesenta minutos escuchando seguidillas de Lanzarote y Fuerteventura interpretadas con ayuda de un pilón ("un mortero gigante" que se usa en África para machacar el grano), disfrutando de una danza del fuego acompañada de la percusión de un tornajo (un bebedero) o descubriendo un romance de La Gomera acompañado de su tambor característico. El silbo, presente en "Morenita", tampoco faltó. Entre canción y canción hubo tiempo, además, para que los músicos fueran contando de dónde venimos, y, también, cómo nos hemos entrelazado con personas de otros puntos del planeta.

El grupo surgió con una filosofía que explica el espectáculo que estos días han representado para niños, pero que hacen para personas de todas las edades: "Son las pieles de nuestras madres, de nuestras abuelas, que rezuman esfuerzo, dedicación, amor... Ecos de sus voces que cantan en los barrancos, con el mero acompañamiento del chapoteo de sus ropas a medio lavar. Pieles que toman forma de abrazo, que mecen, que protegen, que duermen a los hijos con la tierna letanía del arrorró en el calor de su regazo".