Milenium, programa de la 2 de TVE, tiene debates muy interesantes, y en el del lunes pasado se habló largo y tendido sobre este áspero y preocupante problema. Compuesto por cuatro tertulianos y un moderador, que no intervenía sino que solo hacía propuestas, estuvieron todos muy atinados en sus explicaciones, y lo que más me gustó es que no discutían, defendían sus proposiciones sin acaloramientos o acritud. Los participantes demostraron ser personas preparadas y educadas que buscaban un punto en común y las fórmulas para afrontar la desigualdad, que en mayor o menor medida sufren todos los países civilizados, y que en nuestro país se está viviendo de manera alarmante, mostrando así un futuro bastante incierto.

Todos trataron de encontrar las causas de la desaparición de las clases medias, otrora pulmón de la economía nacional, pues de lo que no existe la menor duda es de que cada día los ricos son más ricos y los pobres más pobres, lo que está produciendo unas diferencias sociales muy separadas entre sí y una gran preocupación para los Gobiernos, que deben mitigar la situación.

En verdad, los gobernantes quieren una sociedad más justa y equilibrada, todos los partidos políticos lo llevan en sus programas, pero en realidad, a nivel nacional y regional, los partidos están enfrentados en peleas domésticas que no benefician a los ciudadanos, y no hay más que leer u ojear los medios de comunicación para darse cuenta. La imagen que dan a la sociedad es que no les afecta esta problemática, mientras la situación se agrava por momentos. El hambre y la miseria no tienen espera.

Memorizando lo ocurrido en la postguerra, después del cruel enfrentamiento entre hermanos, el sistema político unitario se puso al tajo y no sin grandes dificultades se fue conformando una clase media sufrida pero también pujante. Digan lo que digan los contrarios, el país fue saliendo adelante y hasta la muerte del general nos fuimos convirtiendo en una sociedad a la que solo le importaba salir a flote. Posteriormente, con la democracia, hemos alcanzado cierta estabilidad, pero desde hace poco tiempo estamos volviendo a la incertidumbre e inseguridad, lo que en mi forma de pensar puede traer en un futuro no muy lejano enfrentamientos que pueden comenzar en cualquier lado, aunque Cataluña, País Vasco y algún agazapado tienen todas las papeletas.

Las consecuencias de esta crisis son la pobreza y la desigualdad, y es la misma que sufrimos y soportaron en otras épocas. Mi familia pasó por muchas dificultades, no digo hambre física, pero sí carencias. Alimentar a una familia con nueve vástagos no fue moco de pavo, pero en cuanto los hijos comenzamos a trabajar y aportamos a la olla común, la situación se fue arreglando y entonando, sin el consumismo desmesurado de hoy, pero con pequeñas aportaciones que ayudaban en el día a día, leche en polvo, mantequilla, chocolate con sabor a tierra... En los momentos más difíciles se consumía solo grano, lentejas los lunes, garbanzas los martes, judías los miércoles, arvejas los jueves, rancho canario el viernes, y el sábado pescado, por lo general sardinas o caballas. La gente decía: ¡mira, ese que no come sino pescado! Intenta comprarlo ahora. Los domingos era el día del arroz amarillo de mi madre, nada de paella. Si comprabas un cuarto de gallina era para hacer un caldo porque alguien estaba enfermo. La ropa solo la estrenaban los mayores; cuando le llegaba al 6º, que era yo, la camisa había sido lavada con jabón lagarto en la piedra de lavar no menos de 50 veces. Las niñas estrenaban medias solo en las fiestas, mi madre las conseguía permutando garbanzas o aceite con el estraperlista, de eso estábamos surtidos en Jaén. Sin rubor puedo afirmar que fueron tiempos muy difíciles y a veces realmente duros, pues vivimos con extremos de fríos intensos en invierno y calor asfixiante en verano.

Los datos de la pobreza son escalofriantes. Según Cáritas en Canarias alcanza el 30%. La desigualdad tiene muchas causas, la principal el paro, y las consecuencias, además de la pobreza, son separaciones, reagrupamiento familiar, o alargamiento de la emancipación, pues muchos jóvenes de entre 20 y 35 años tienen que seguir viviendo con sus padres. Siempre son los pobres los que pagan las consecuencias.

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