El inolvidable Luis Carandell -que resucitó, humanizó y puso talento, sarcasmo y ternura en el periodismo parlamentario en los medios escritos y audiovisuales- escribió y habló en muchas ocasiones de "los políticos con oficio", catalogados dentro de una benéfica especie que, de entrada, tienen profesión y ocupación ganada por méritos propios; que no sienten la cómoda imperiosa o cómoda necesidad de vivir de los partidos y las instituciones, y que no medran en los primeros para acceder a las segundas; que, por lo general y sin traicionar la confianza de quienes los colocan en el poder, actúan con probada y notable eficacia y ejemplar independencia y dignidad.

En ese grupo se inscribió el leonés José Antonio Alonso, miembro de una familia modesta y juez por oposición desde los veinticinco años con ejercicio en Cantabria, Navarra, Canarias (lo conocí en Las Palmas a través de un amigo común) y Madrid; miembro y portavoz de la asociación progresista Jueces para la Democracia y elegido vocal del Consejo General del Poder Judicial por el Congreso de los Diputados a propuesta del PSOE. En ese puesto y tirando piedras sobre su propio tejado, abogó por la necesidad de limitar el inmenso poder corporativo de los jueces y establecer y fomentar los controles sobre sus trabajos y, además, garantizar la crítica pública de sus resoluciones.

Entró en política por Rodríguez Zapatero -condiscípulo en la facultad de derecho- y ocupó las carteras de Interior y Defensa entre 2004 y 2007, la segunda para ocupar la baja voluntaria del profesional José Bono. Entró en el Gobierno de España con tanta entrega como diligencia y salió del mismo con discreción inédita; concurrió y ganó acta por León en las elecciones generales en 2004, 2008 -legislatura en la que desempeñó con rigor y buen estilo la portavocía socialista en el Congreso de los Diputados- y revalidó escaño en 2011.

Abandonó la actividad pública por decisión propia y regresó a su puesto de magistrado en la Audiencia de Madrid. En ningún caso ni momento cayó en la tentación de dar titulares; pulsión que, con indeseable frecuencia, afecta a los políticos "que no saben hacer otra cosa y, muchas veces, ni esa" (Carandell "dixit"), y en su despedida ganó los sinceros elogios de los compañeros y los adversarios. Político, en fin, con oficio propio.