A los Goncourt -al alimón, como buenos hermanos- se les atribuyó la frase lapidaria que reduce el papel de la prensa escrita "a unos gramos de historia envueltos en un cucurucho de papel"; al suizo René Feil "la volatilidad" implacable de las palabras y las imágenes en el aire; y, por la duración evidencia, las noticias del día transcurrido entran en el dominio común de la cultura, o sea, de la costumbre. Ayer, onomástica de San Valentín, patrón de los buenos amores para cosecha de comercios y grandes superficies, como fondo de lectura, oí la fulminante dimisión -la realidad permite tales asociaciones semánticas- de Michael Flyn, asesor de seguridad de Trump, después de dos semanas en el cargo; los esfuerzos de cortesía del populista con el joven Trudeau -su adversario más rotundo en políticas de inmigración y refugiados- en la entrevista celebrada en la Casa Blanca, en el más puro orden de Cornelio Nepote, con la inevitable hija Ivanka a su lado...

Y, además, como en los viejos tiempos, los nuevos pasos judiciales de las causas históricas, discurriendo por cauces previstos y las llamadas a los antiguos cargos del Banco de España -a buenas horas mangas verdes- para el esclarecimiento de escándalos de dimensiones colosales en medio de la peor crisis económica de las últimas décadas; la dimisión en tropel de los cargos convocados y la cansina cantilena de comisiones de investigación para conocer -admira la diligencia- qué fue del ahorro popular, y de la gestión de las cajas que, "por no tener accionistas, eran de todos" entra el Finisterre y la península de Jandía.

Ceno y desayuno con los ecos de un largo fin de semana congresual que implicó al disciplinado partido en el gobierno y a la juvenil y bulliciosa formación que aspira a sustituirlo; en la Villa y Corte -que existe, vive Dios- y a pocos kilómetros de distancia, las dos convenciones políticas no dieron cancha a la sorpresa. "Ganaron los que tenían que ganar", según la expresión de un locutor nocturno que, por la relajación de las horas, en la salmodía de la repetición, trasunta dejes de ironía. A esas horas, hace años, un popular tipógrafo nos decía a los plumillas rezagados y a los redactores de cierre: "Mañana será mejor... Eso espero".