El mundo civilizado, siempre de puntillas, quiere forzar a Nicolás Maduro a que saque del corazón el puñal que está acabando con los venezolanos. Nada queda de las libertades del país que idolatró a Simón Bolívar más que la cabeza de sus gentes. En una miseria que tardará décadas en redimirse, miles de almas se agolpan en las calles pidiendo desde comida hasta papel higiénico. Lo han perdido todo, allí no queda nada. El Gobierno les robó la propiedad privada, sus negocios, sus libertades y hasta su dignidad. Hoy, el Estado de derecho es un recuerdo, toda vez que no existe ni seguridad en sus calles, ni libertad de conciencia, ni una sanidad que salve las vidas que debiera.

El exilio desde Venezuela es una barbaridad que se estudiará en los libros de Historia. Estos días, todos tenemos en nuestro círculo alguna persona con nuestra misma formación que ha tenido que venirse, en definitiva, por miedo. Con palabras más diplomáticas, dos enemigos políticos como Felipe González y José María Aznar pedían ayer juntos a la Organización de Estados Americanos (OEA) la expulsión de Venezuela, porque aquel país es un atentado contra la democracia. Pero lo cierto es que día tras día la desgracia sigue arrasando sus calles; sin freno, sin límite de tiempo. Mientras, desde fuera, las tibias palabras del primer mundo parecen no servir para absolutamente nada.

@JC_Alberto