Los alisios de la reconquista soplan en Canarias. Hay un nicho de oportunidad para reformar los equilibrios autonómicos dando más poder a las dos grandes islas más pobladas. Para discutir el reparto de fondos por exceso de solidaridad. Para asaltar cuarenta años de coexistencia imponiendo nuevas reglas.

Son los mismos vientos que mueven las aspas del molino de la oposición que ha declarado la guerra a la llamada ley de las Islas Verdes. Una norma que establece requisitos diferentes para la industria turística en La Palma, La Gomera y El Hierro, rebajando las exigencias para la instalación de negocios. Se la quieren tumbar. Básicamente porque en algunas mentes pensantes de Canarias existe la creencia bucólica de que la vida entre bostas de vaca y almendros en flor es el no va más de la felicidad. Es obvio que desde la cercanía de los hospitales, las universidades y los centros administrativos, el paisaje se ve mucho más bonito, incluso si eres pobre de solemnidad. Pero el hecho es que el modelo de desarrollo de las tres islas menos pobladas de Canarias es una tragedia y que incorporarse a un turismo hecho a su medida -más vinculado al senderismo, al paisaje y al medio ambiente- es una necesidad vital para su desarrollo.

Tiene maldita la gracia que las cuatro islas que hoy viven gracias al turismo quieran ponerle palos en las ruedas a las que no lograron incorporarse al negocio. Y resulta aún menos gracioso que los mismos que se oponen a medidas excepcionales para fomentar la industria turística en las Islas Verdes -por pobres- sean los que con más virulencia se han opuesto al reparto de fondos de desarrollo en Canarias, que beneficiará precisamente a las tres islas más despobladas. Porque si lo que se pretendiera es convertirlas en parques temáticos para el solaz de los habitantes de las cuatro islas ricas, al menos tendríamos que mantenerlas.

El plan de desarrollo salió adelante, a trancas y barrancas, con la clamorosa oposición de quienes quieren más inversiones en donde hay más población, para que siga creciendo la población que a su vez atraiga más inversiones. Porque de lo que se trata es de perpetuar el modelo de una Canarias de dos velocidades, donde las islas más ricas sean cada vez más ricas y las pobres no dejen de serlo.

La única fuente de riqueza de esta tierra es el turismo. Lo pinten como lo pinten esa es nuestra realidad. Y cualquier medida que apueste por incorporar a los territorios que se quedaron fuera de la explotación de este sector -sin cometer los errores que hicieron otros, naturalmente- es una medida inteligente.

El alineamiento de las fuerzas políticas en Canarias se mueve ahora en la pretensión de empoderamiento de los partidos que tienen su gran semillero electoral en las grandes áreas metropolitanas. Por eso se discute el modelo de Canarias, se combate la solidaridad con las islas más débiles y se quieren reformar las reglas del juego. Porque la política canaria ha cambiado de caras, pero no ha cambiado de siglo.