Hasta que no te valores a ti mismo, no valorarás tu tiempo. Hasta que no valores tu tiempo, no harás nada con él

M. Scott Peck

Quizás lo más sencillo es pensar que la culpa es de los demás. Y lo cierto es que la mayoría de las personas lo creen así. Podríamos decir que es la manera que tenemos de enfrentar el mundo.

Pero la verdad verdadera es otra, me temo. La mayor fuente de sabotaje hacia nosotros mismos somos ¡nosotros! Bien por impaciencia, descargando frustraciones en otras personas o causando estrés o conflictos innecesarios. En la mayoría de estas circunstancias el origen es el juicio. Esa costumbre insana de enjuiciar continuamente.

Con esto provocamos drama. Este trastorno social que parece rodearnos continuamente y que consigue que externalicemos cualquier tipo de responsabilidad que tengamos sobre nuestras vidas.

Algunas de las forma en las que creamos nuestras propias tormentas las comentamos a continuación.

Personalidad Tipo A. Estas son las personas que se mueven por el mundo frenéticamente y tratando a los demás con hostilidad y desprecio entre otras formas de hacerlo. Estas personas proyectan agresividad y una nula empatía o compasión. Y no se plantean tener ninguna responsabilidad si algo no sale como creen que debe salir.

Parloteo negativo. Es algo que hacemos casi inadvertidamente. Nos hablamos menospreciándonos. Pensamos que no seremos capaces, que no lo merecemos, que para que intentarlo... y así hasta una valoración propia que puede llegar al autodesprecio.

Son patrones aprendidos en la infancia y adolescencia y que están muy asociados a carencias afectivas que han minado nuestra autoestima y valoración propia.

Habilidades pobres para la resolución de conflictos. Uno de los males de nuestro tiempo. O bien actuamos agresivamente porque carecemos de la seguridad en nosotros mismos para hacerlo con asertividad, o dejamos que otros pasivamente nos utilicen o no nos consideren por la falta de habilidad para decir no.

Los conflictos forman parte de la vida. Pero es como lo manejamos, lo que consigue definir nuestras relaciones con los demás y con el mundo. Una buena capacidad de resolución de conflictos es un gran protector de estrés y generador de resiliencia.

Pesimismo. Si eres pesimista, puede que estés viendo las cosas peor de lo que son, que estés dejando pasar oportunidades para mejoras, veas problemas en lugar de retos y que te causes estrés de muchas otras formas. El pesimismo es más que ver el vaso medio vacío. Es una forma específica de pensar que minusvalora tu autoconfianza, perjudica tu salud mental, estrecha tu vida social, y muchas otras consecuencias.

Ser optimista no es ver todo de color rosa. Es ver lo negativo, y ser capaz de trabajar para encontrar lo positivo. Mientras uno es una visión pasiva del mundo, la otra es una en la que se cree en la posibilidad de marcar la diferencia y cambiar las cosas.

Demasiadas cosas. Puede que sea el mal de nuestros tiempos. Hacernos cargo de demasiadas cosas. Una agenda repleta, que causa una vida con estrés. Estrés que además consigue que no seamos capaces de abordar nuestra abarrotada vida. ¿Les suena?

En muchas ocasiones, no llegamos a ser conscientes de esto, hasta que recibimos un aviso de nuestro cuerpo en forma de ataque de ansiedad o cualquier otro episodio, que nos lleva a urgencias hospitalarias.

Esto ocurre porque abordamos más de lo que podemos. Nos convertimos en adictos a la multitarea. Lo que termina consiguiendo una pobre ejecución en muchas de las cosas que debemos hacer. Con el consiguiente estrés que esto provoca.

Estas formas de actuar, que pueden tener una función adaptativa, para evitar el dolor, terminan consiguiendo lo contrario. Que vivamos una vida de la que no sentimos formar parte.