Hablar en público no es fácil. Y hablar bien, es más difícil aún.

Y no se trata sólo de ser culto. Los nervios afloran según el escenario, la emotividad, el público asistente, la repercusión mediática en el orador.

Tal es así, que para algunos oradores se produce la misma situación que con algunos actores veteranos de teatro. Por muchas veces que hayan hablado en público, los nervios están a flor de piel. Casi como la primera vez. Casi como la primera actuación en un teatro, aunque se haya producido hace décadas.

Verbo cálido y palabra fácil es una virtud difícil de atesorar. Pero no cabe duda que ha habido grandes oradores a lo largo de la Historia. Y, por otro lado, también grandes decepciones: en más de una ocasión un eminente literato -escribir bien no significa necesariamente hablar bien en público- ha dejado atónica a su audiencia con una alicaída y nerviosa alocución. Incluso, algún catedrático de Derecho Civil -de esos de gran prestigio, que todos los Magistrados del Tribunal Superior citan en sus sentencias- a la hora de expresarse en público ha sido decepcionante visto la calidad y rigurosidad de sus importantes trabajos científicos que hacían prever una majestuosa alocución.

Pero vayamos a la parte positiva: a los grandes oradores. Uno de los primeros grandes oradores de la Historia fue el griego Demóstenes y sus conocidas "Filípicas" contra Filipo II de Macedonia.

Demóstenes era considerado un orador consumado, adepto de todas las técnicas de la oratoria que utilizaba de forma conjunta. Era capaz de combinar mensajes escuetos con explicaciones extensas, armonizando con su cometido. Su lenguaje era simple y natural, no utilizaba palabras extrañas o artificiales. Era un artista capaz de hacer que su propio arte le obedeciera.

"Tomemos el caso de una casa, una nave o algo parecido, que debe basar su fuerza en su estructura; y así es también en el caso de asuntos de estado, en los que los principios y los cimientos deben ser la verdad y la justicia" indicaba con razón Demóstenes.

Otro de los grandes oradores de la Historia fue el presidente norteamericano Abraham Lincoln, que era abogado. Lincoln tenía un gran conocimiento de los temas de los que hablaba. Sus discursos a favor de la abolición de la esclavitud, alguno de sólo tres minutos, como el de Gettysburg cambiaron la piedra angular de EEUU.

Mahatma Gandhi ha sido la figura más influyente en la historia de la India. Sus discursos eran muy motivadores e inspiraban a caminar por el camino de la no violencia y luchar por su país contra el Imperio Británico. La resistencia debía ser pasiva y no violenta.

Uno de los discursos más históricos -y reales- fue el que pronunció el primer ministro Británico en la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, al tomar posesión, en junio de 1940: "Solo prometo sangre, sudor y lágrimas", ante la amenaza de la Alemania de Hitler.

El presidente norteamericano John Fitgerald Kennedy mostró sus dotes de oratoria en su discurso inaugural: "no piensen lo que América puede hacer por tí; piensa lo que tú puedes hacer por América" aseveró.

Martin Luther King Jr., en su mítico discurso en Washington en 1963 "I have a dream" promovía la no violencia y la igualdad de razas.

Nelson Mandela fue encarcelado en el año 1962 a cadena perpetua. Pasó 27 años de su vida en la cárcel. Lideró el movimiento contra el apartheid en Sudáfrica. Su discurso inaugural como presidente de Sudáfrica en 1994 fue muy persuasivo e inspiró a toda la audiencia. Nelson Mandela era un orador motivador y un líder natural.

España también ha contado con una larga tradición de oradores. Algunos en el ámbito político y otros en el cultural. Castelar, Cánovas del Castillo, Montero Ríos, Labra, Pi y Margall, Gómez de la Serna, Unamuno, Fernández Flórez...

Algunos opinan que los mejores oradores son los profesores universitarios mayores de cincuenta años. Cuestión difícil de desentrañar.

Pero lo que no cabe duda es que uno de los grandes placeres de la vida es oír a un gran orador con un verbo cálido y una palabra fácil.

*Presidente de TuSantaCruz