Javier Abreu se enfrenta finalmente a la insoportable levedad de saber que en el PSOE no lo quieren. Durante meses, la hipótesis de que la gestora federal de su partido tramitaba un expediente de expulsión contra él era presentada por Abreu como un invento de periodistas a sueldo de sus enemigos. Ahora se ve que el asunto -que llevaba ocho meses en el alero- ha estado siempre rondando alrededor de Abreu, quizá a la espera de que la justicia despejara -como hizo la semana pasada- la validez legal de la creación de una gestora del PSOE en La Laguna, rechazando el recurso interpuesto por varios concejales contra la decisión de Ferraz. Es verdad que Abreu no estaba entre quienes demandaron a su propio partido, pero el juez fue extraordinariamente contundente, casi brutal, al considerar poco solventes los motivos e intenciones de su testimonio judicial, y considerar que si algo quedó claro después de que Abreu testificara fue la confusión entre "sus posibilidades de medrar en su propio partido" y su derecho de asociación y de participación política.

Un zasca judicial de proporciones épicas, rematado ahora -tras la decisión de la gestora federal de suspender de militancia a Abreu y a Yeray Rodríguez, como paso previo a una previsible expulsión-, con la consolidación de una situación insostenible para quien hasta no hace tanto lo era todo en el PSOE lagunero.

Con la suspensión de militancia, y como consecuencia del dislate de la Ley de Municipios, que etiqueta arbitrariamente a los expulsados de los partidos como tránsfugas y los envía al limbo municipal, Abreu pierde prácticamente toda capacidad para apoyar la censura contra el alcalde José Alberto Díaz. Es una vergüenza que exista esa ley, propuesta por el PSOE en la pasada legislatura con la intención de meter en cintura a sus propios díscolos herreños, palmeros y majoreros. Alguien debería plantear la probable inconstitucionalidad que supone la reducción de derechos de los concejales no adscritos, y la merma de democracia que supone. Pero hay algo de justicia poética en el recorrido de Abreu, desde el inicio de las negociaciones para conformar la alcaldía lagunera tras las elecciones de 2015 a este triste final para alguien con el talento, la capacidad y las demostradas habilidades de Abreu, puestas en adobo el día que se negó a firmar el pacto suscrito por su partido y provocó la ruptura del grupo municipal, mientras el PSOE prefería pactar con Coalición en toda Canarias que apostar por la difícil y enrevesada operación de convertirlo a él en alcalde. Quizá hoy haya socialistas que piensen que Abreu tenía entonces razón, pero ya es tarde.

Se abre ahora un tiempo de espera hasta que se produzca una expulsión ya cantada, que será probablemente judicializada también. En el ínterin, ese animal político que es Abreu debería plantearse su futuro y optar por un posible desembarco en otra fuerza política o por la creación de una que le responda a él en exclusiva. El hombre ha dicho que renunciaría a su acta de concejal si el PSOE se compromete a apoyar la censura, pero eso es puro postureo: incluso suponiendo que el PSOE lagunero esté dispuesto a contemplar tal posibilidad... ¿quién se fiaría de que Abreu entregara realmente el acta?

La política se ha convertido en los últimos años en un recurrente ejercicio de cinismo, desconfianza y conspiración, en el que nadie cree en la palaba de nadie. Me pregunto qué hará Javier Abreu los próximos dos años. Seguro que nos da aún alguna sorpresa...