Fue en el verano con 16 años cuando hice el primer viaje en barco a Cádiz desde el muelle de Santa Cruz de Tenerife, tras pasar una dura y movida noche anterior desde La Palma en un correíllo de color negro, humeante chimenea y olores mezclados con pintura, el "Viera y Clavijo". El destino era lejano, los campeonatos nacionales de vela en Gandarío (La Coruña), donde participamos cuatro representantes de nuestra provincia, todo un atrevimiento por mi parte que a mi querida madre disgustó, porque no quería que con aquella edad marchara tan lejos. ¡Qué necesidad!, exclamaba, cariñosamente enfadada con mi padre, animador e impulsor del viaje desde que se lo propuse y pedí permiso. Vivía entonces en la casa cuartel de la Guardia Civil de Los Llanos de Aridane (La Palma), donde mi padre (San Isidro, Breña Alta) estaba destinado, atendiendo mi madre (Velhoco, Santa Cruz de La Palma) las tareas del hogar.

Cuando subí ufano la escala del llamativo "Ciudad de Sevilla" de dos chimeneas, la emoción acabó nada más bajar con una pesada maleta de madera a la profunda bodega a través de una empinada escalera de hierro y mostrarme el camarero una litera entre tantas ocupadas por macutos de una expedición de soldados que marchaban a la Península a cumplir con el obligado servicio militar. El olor me resultó tan nauseabundo que rápidamente subí a cubierta y no volví a bajar hasta que tres días después atracó el barco en Cádiz. Como pude, agencié unas mantas a un amable camarero, y pasaba la noche a resguardo en la cubierta, de día deambulando por esta, aseándome como mejor pude, mirando con cierta curiosidad hacia lo alto a los pasajeros de tercera, segunda y primera clase. Mi litera estaba en lo que llamaban entrepuente, la tripa del barco; nos servían la comida en la cubierta, costándome mucho ingerir lo que llamaban café con leche, para mí agua chirre, acompañada de un bollo que nada tenía que ver con los exquisitos panes de Los Llanos de Aridane. Cuando se movía mucho el barco, algunos platos aterrizaban por el suelo; las mesas y sillas no, porque estaban atadas. Recuerdo eterna la contemplación del mar mientras pensaba en el viaje de vuelta en las mismas condiciones, pero en cualquier caso la experiencia resultaba novedosa y enriquecedora.

Cuando por fin bajé al muelle de Cádiz, parecía que este y la ciudad se balanceaban, y en un coche de caballos fuimos a una pensión cercana al exclusivo cabaret Pay Pay. Salimos en un tren de carbón a las nueve de la noche y llegamos a la estación madrileña de Atocha a las tres de la tarde, quedando en mi retina impregnadas para siempre las llanuras de La Mancha. Tras dormir en la Casa de Campo, nuevo tren, más moderno, desde la Estación del Norte a La Coruña, autobús a Betanzos, y por fin Gandarío y su ría, o sea, siete días desde que salí de mi casa. A la vuelta lo mismo. Al verano siguiente, otra vez en el "Ciudad de Sevilla", barco que reviví con la conferencia que el ilustre palmero Juan Carlos Díaz Lorenzo impartió en el Casino de Tenerife, muy bien organizada por el Rotary Club Santa Cruz-Ramblas que preside mi amigo y cónsul de Italia Silvio Pelizzolo, presentando al conferenciante el presidente de la Autoridad Portuaria, Ricardo Melchior, como primer acto conmemorativo del Centenario de la Compañía Transmediterránea en Canarias, que cuenta con el apoyo del también palmero Juan Miguel Pérez González, delegado de Transmediterránea, reuniendo a prestigiosos profesionales de la navegación marítima, como el histórico capitán del Jet Foil y apreciado amigo Lorenzo Suárez.

Una naviera en la que los estudiantes canarios viajábamos a estudiar a la Península, en mi caso Medicina en Cádiz. Con Juan Carlos, comisario del Centenario, y sus diapositivas, volví a Cádiz, a los nostálgicos correíllos y los barcos "Romeu", "Dómine", "Plus Ultra", "Ciudad de Sevilla", "Ciudad de Cádiz", "Villa de Madrid", "Ernesto Anastasio", "Juan March", "J. J. Síster", "Manuel Soto", etc., en los que viajé y como otros estudiantes canarios pasamos veladas y tertulias inolvidables, con una tripulación muy atenta y generosa, consciente de las estrecheces económicas de muchos estudiantes, entre los que me contaba.

Siempre en mi corazón un hueco en el que viajan los recuerdos de la magnífica Compañía Transmediterránea.

*Doctor en Medicina y Cirugía

@JVGBethencourt

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