Alas 98787286 horas estándar, impulsados a velocidad superlumínica, nos situamos en la galaxia que habíamos fijado como objetivo según las órdenes recibidas de Vuestra Excelencia. A velocidad suborbital, nos encaminamos hacia el tercer planeta y nos colocamos en su órbita.

Una vez realizadas estas operaciones, encabecé un grupo de asalto al mando de nuestras tropas de élite y nos dirigimos hacia la superficie. A lo largo del recorrido y en la entrada en su densa atmósfera, no sufrimos ninguna contramedida por parte de las defensas.

Descendimos hacia el planeta, que en su inmensa mayoría está formado por una densa masa líquida, y nos encaminamos hacia unos siete grandes fragmentos de masas sólidas situados justo al lado de otra gran superficie, al parecer rocosa. Desde la altura observamos que en tales superficies sólidas se producían acúmulos de luces producidas de forma artificial, por lo que dedujimos, de acuerdo a los informes previamente recabados por nuestra inteligencia, que es ahí donde se encontraba la civilización de este planeta.

Tal y como estaba previsto, tomamos tierra cerca de un denso conjunto de luces que pertenecían al parecer a una de las colmenas en donde los nativos se congregan. Nada más tomar tierra, nuestras tropas de asalto salieron a la superficie armadas hasta los dientes. Para nuestra sorpresa, en vez de causar el mayor de los terrores, nos encontramos con una auténtica sorpresa que echa por tierra todos los exhaustivos informes de nuestras avanzadillas. Lejos de encontrar una población nativa de simios evolucionados nos dimos de bruces con una especie de convención de pobladores de toda la galaxia (mamíferos, octópodos, sirénidos, crustáceos...) que se movían en medio de una frenética algarabía.

Ya que al parecer nos habíamos colado en un congreso intergaláctico ordené guardar las armas y esperar órdenes. Al frente de la escuadra de invasión avanzamos entre los miles y miles de extraños seres que desde luego no figuran en nuestra carta de habitantes del universo. Y he aquí cuando empezó el ataque. Un penetrante gas venenoso, con olor a amoníaco, empezó a obstruir los filtros de respiración de mis tropas que empezaron a caer como moscas, mientras los nativos y los alienígenas se movían con extrañas covulsiones, afectados sin duda por las emanaciones tóxicas que sin embargo no les producían la muerte.

Varios de mis soldados fueron capturados por aquellos extraños seres que después de zarandearles, empujarles, despojarles de sus armas e introducirles extraños líquidos por la boca, los dejaron tirados e inutilizados completamente para el combate. Ante el cariz de los acontecimientos, ordené una inmediata retirada. Nos replegamos para protegernos en el retroceso hacia la nave, pero una fortaleza rodante, armada con cañones sónicos, se situó a nuestra retaguardia y abrió fuego contra nosotros con unos gigantescos deflectores de sonido que nos diezmaron y causaron el pánico entre mis soldados. Para colmo, el único superviviente, el ciborg AXR565, fue capturado por unos seres que tras restregarse contra él de forma incomprensible le introdujeron repetidamente una extraña extremidad. Pese a que le conminé posteriormente a regresar a la nave se negó en redondo.

Derrotado, he emprendido el regreso.