Hasta la segunda mitad del siglo XX, la sociedad canaria vivía profundamente unida al medio. Nuestra cultura estaba dominada por el conocimiento de nuestras islas, con una arraigada sabiduría para el aprovechamiento de los escasos recursos disponibles en una situación de aislamiento manifiesto. Sufrimos ahora con la desaparición de esa sabiduría la pérdida de gran parte de nuestra cultura y la relación con nuestro medio.

Los pueblos de Yaiza y Fuencaliente son ejemplos de ello. Son paisajes de suelos pobres de vulcanismo reciente, llenos de malpaises, lapillis y rofe, a excepción de La Vega de Femés en Lanzarote, donde además campa el viento y falta el agua. En laderas de de aulagas y vinagreras, los campesinos incorporaron el único cultivo viable: la vid.

El ingenio se agudizó ante una situación dificil en las puntas opuestas del archipiélago. Se optimizaron los recursos de una naturaleza hostil: En los Llanos Negros se plantó malvasía aromática, más exigente en humedad, en terrenos más antiguos cubiertos por el volcan de San Antonio. Mientras, en La Geria, se creo un paisaje único en el mundo excavando para encontrar los suelos más ricos bajo los lapillis, protegiendo las matas de los inclementes vientos.

Era la única manera de aprovechar unos terrenos, hasta que llegó el agua, en los años setenta con canales del norte en La Palma, y los ochenta con las desaladoras en Lanzarote. Gracias en gran parte a estos cultivos, ambos pueblos mantuvieron unos 2.000 moradores cada uno.

En los ultimos años la evolución de ambas poblaciones ha sido divergente: Mientras que en Fuencaliente la reciente subida de la demanda turística frente a la agricultura está ahora poniendo en riesgo algo más de 200 hectáreas cultivadas, Yaiza ha transformado ya la práctica totalidad de su actividad económica.

El pueblo conejero ha pasado de 2.000 habitantes con una economía principalmente agrícola, a tener unos 15.000 por el tirón turistico, que han inmigrado durante los últimos 50 años. Frente a esta situación, en Fuencaliente en estas ultimas décadas ha descendido un 20% la población, hasta los apenas 1.500 actuales. Es paradójico que, el que ahora es el principal municipio turístico de La Palma, esté perdiendo población y tierras cultivadas; es hablar que ni el sacho ni la bandeja, como dice el poema de Pedro Lezcano.

Lo que si es común en ambos núcleos es el desarraigo de una población, sea por la llegada masiva de inmigrantes o por la crisis de la cultura agraria. Tambien es desgraciadamente común a ambos el nivel de desempleo, un 20% en Fuencaliente y un 11% en Yaiza. En ambos el vino se vende como producto artesanal, tradicional y hasta exclusivo, pero nadie quiere trabajar en unos campos cada vez más abandonados, y tampoco el sector hotelero genera puestos de trabajo estables.

¿Queremos pueblos o parques temáticos? Hay muchas razones para defender el campo, como modo de vida, cultura e historia, paisaje y gestión ambiental, presente y futuro para nuestra gente. Reivindiquemos a los hombres y mujeres que han hecho de un malpaís un vergel digno de visitar y fotografiar, pero también de pasear, disfrutar y trabajar como monumento al esfuerzo y el ingenio humanos ante la adversidad.

Un vaso de vino debe ser algo más que un agradable tiempo de ocio. Debemos leer en ese vaso el esfuerzo y trabajo dedicados en cultivar esas uvas, y también la sabiduría generada durante muchas generaciones. Los campos ahora abandonados y llenos de aulagas y vinagreras nos empobrecen, pero nos hace más daño pensar en el campo como algo pintoresco del pasado. Nuestros hoteles y restaurantes no solo deben ofrecer productos de la tierra, sino que todos debemos tener presentes y defender la historia y la cultura detrás de ellos. La agricultura canaria no puede quedarse en una foto de un paisano en un jardín temático. El futuro de nuestros pueblos pasa por tener cultivos y campesinos.