En su breve y plena existencia, triunfó en el deporte y en las metas que se propuso; hizo feliz y enorgulleció a Rosa y Pepe, sus padres, a su hermana Esther y a sus numerosos amigos; y ganó, a cuenta de su optimismo, el reconocimiento y afecto de una ciudad que, en horas, dejó miles de firmas para bautizar la calle de Pablo Ráez (1997-2017), honrado con la Medalla de Oro de Andalucía en su última edición.

A través de las redes sociales, un deportista exitoso que aspiraba a ser bombero como su padre, contó su enfermedad y pidió la colaboración ciudadana. En unos días se erigió en un personaje popular y querido, un comunicador eficaz que relató paso a paso su lucha contra la leucemia, y en un símbolo de valor para cuantos la padecen y quienes les ayudan a su lado. Al milagro de la popularidad le sigue otro mayor: la multiplicación por mil de los donantes.

Desde su Marbella, que le honra y le añora, llegó a todos los rincones de España un lema -"Siempre fuerte"- que, desde que lo pronunció por primera vez, identifica y ennoblece la imparable corriente solidaria de los donantes de médula ósea que desató con su llamada sincera y serena que encontró lugar y eco en la prensa y los medios audiovisuales. Fracasado su segundo trasplante, eligió morir en su casa, lúcido y animoso con los suyos. Dejó para el imaginario común una foto luminosa, abrazado a su novia Andrea y con el mar de fondo, un instante feliz, inscrito en la red de optimismo que pescó tantos corazones y tantas voluntades en tan distintos y distantes lugares; una estampa acorde con los mensajes positivos, transmitidos a su familia y extensibles a sus amigos conocidos y desconocidos: "Tenéis que estar juntos y contentos y hacer todo lo que queráis hacer"; "animo a todas las personas y a las familias que estáis en una dura batalla"; "la muerte forma parte de la vida por la que hay que temerla sino amarla". La inteligencia, sensibilidad y poder de comunicación del veinteañero resolvieron en cuatro ideas y frases lo que costó siglos de reflexión y estudio a físicos y teólogos medievales para elaborar su "Ars moriendi", como preparación al final inevitable. No cabe mayor grandeza ni generosidad y faltan muchos Pablos, por sus formas y maneras, para seguir iluminando, con naturalidad y esperanza, el camino de todos.