Muy interesante el debate canario (¡y mundial!) sobre la Drag Queen que se hizo Virgen y habitó en el Carnaval. Mientras veía discutir sobre ello en "El Foco" (La Autonómica, excelente discusión, muy respetuosa, entre periodistas y protagonistas, no es común escuchar discusiones así ahora en televisión) me vino a la memoria el chiste de las monjas de clausura que, con todo respeto, les cuento aquí antes de explicar lo que siento ante tan tremendo polémico civil-religiosa.

Según el chiste, unas monjas de clausura llamaron a la Policía para denunciar lo que pasaba ante el monasterio. Ellas llamaban a los agentes del orden por el desorden habido en viviendas vecinas, donde se producía todo tipo de escenas de tono subidísimo. Llegaron los agentes, tomaron posiciones, se pusieron a mirar... y no vieron absolutamente nada.

-No se ve nada. Ahí delante no se ve nada.

Entonces intervino la superiora:

-¿Qué no ve usted nada, señor agente? ¡Haga el favor de subirse al armario!

Como las monjas, a veces nos escandalizamos porque ponemos el foco en aquello con lo que queremos escandalizarnos. Las monjas del chiste se subían al armario; si se hubieran quedado al borde del suelo no se hubieran escandalizado, porque no habrían visto nada. Si el obispo de la Diócesis Canariensis o el presidente del Cabildo de Tenerife, que mostraron con mucho énfasis su enfado con lo que sucedió en el Carnaval de Las Palmas, se hubieran quedado leyendo un libro no se habrían escandalizado. El Carnaval no está concebido para la Iglesia Católica, ese no es su target, por decirlo así. No debe ser tampoco un espectáculo para el presidente del Cabildo de Tenerife como tal, pues parece que él lo vio como si el Carnaval fuera un festival de invierno y no como una disputa entre la razón y la locura en la que, por unos días, gana la locura. Él está al lado de la razón, probablemente, la Drag Queen está al lado de la locura.

Como se puso de manifiesto en aquella respetuosa discusión en "El Foco", la Iglesia y los que la siguen, y no sólo la Iglesia, tienen perfecto derecho a defender sus posiciones, cómo no. De hecho, la Iglesia tuvo en el pasado todas las oportunidades del mundo, desde Pildain a Franco Cascón, obispos altamente reaccionarios de una provincia y de la otra. En sus tiempos, que fueron los tiempos de Franco, quisieron descafeinar tanto los carnavales que durante algún tiempo lograron que fueran fiestas blancas, las Fiestas de Invierno.

Se salió de aquel disparate porque los canarios son muy voluntariosos y consiguieron bajar del armario a los que no tenían por qué escandalizarse con espectáculos enraizados en la cultura europea, americana y mundial desde que se puso en marcha la humanidad.

El Carnaval tiene sus códigos: romper los códigos. Afrontar el Carnaval como una afrenta es una falta de respeto al Carnaval; el asunto de la Drag Queen puede tener todas las interpretaciones posibles, pero todas deben ser tenidas en cuenta desde el punto de vista de la libertad para comportarse en una fiesta estricta y rabiosamente pagana; si la Iglesia pusiera a discusión sus propias fiestas se encontraría con una posibilidad seria de salir enrojecida, porque no todo el mundo estaría de acuerdo con esas tradiciones que con tanto celo guardan los clérigos.

Ser religioso o querer una u otra religión no implica obligar a otros a renunciar a sus manifestaciones paganas de cualquier signo. Se empieza afeándose a la Drag Queen que se baje del escenario para darle unos azotes y se regresa a la Inquisición. Se empieza reprochando que la Drag Queen exista y se tiene que revisar todo lo que se dijo muy recientemente sobre la manía musulmana de impedir que los humoristas daneses, franceses, alemanes o españoles hagan broma o carnaval con sus iconos intocables.

El Carnaval no es un procesión. Es todo lo contrario. Es un Carnaval que se mira a nivel de calle, no desde lo alto de un armario.