Caretas, carotas, engaños, sandeces, problemas, soluciones, el mejor Carnaval del mundo (alegrías de Bermúdez)... pueden ayudar a definir lo que han sido las fiestas de la capital chicharrera, finalizadas, felizmente, el pasado domingo. Llevamos mucho tiempo preguntando hacia dónde marchan estos festejos ante el bochorno que significa para cualquier ciudadano asistir, estupefacto, cómo se entiende entre determinados grupos una explosión de alegría popular que, a medida que transcurren los años, se va alejando de aquel germen que constituyó, en su momento, el origen de todo este batiburrillo bajo la denominación de Fiestas de Invierno (Su Excelencia y la Iglesia permanecían ojo avizor). Nadie concibe cómo un asunto festivo puede embrollarse de tal forma que termina convirtiéndose en unas amenidades donde las relaciones públicas, amiguetes y políticos se aprovechan para campar a sus anchas, impunemente, del erario previsto y provisto por el equipo municipal responsable.

Lo que sucede hoy en torno al Carnaval no sólo confirman sino que superan unas previsiones realizadas a modo de críticas constructivas. La incorporación sucesiva de gente foránea ha contribuido, decididamente, a los resultados de las últimas ediciones. Poco a poco, año tras año, se van apagando nuestras fiestas, entregadas en bandeja de plata a gente que nada tienen que ver con ella. Hay novedades, sí. Pero todo sigue girando en torno a lo que suceda en la Gala, pensada exclusivamente para la transmisión en televisión. Mientras los grupos no desfilen ante las cámaras y las imágenes se contemplen nítidamente por la pequeña pantalla, el Carnaval no existe. El Ayuntamiento debe divulgar los gastos ocasionados por el montaje y realización de estos festejos, con destino, nombres y apellidos de los implicados en todos los actos que, de alguna manera, han formado parte de todo ese equipo festivo, en muchas ocasiones imprescindible, en otras cobijo de un montón de arribistas que utilizan las fiestas, estas y otras, para rascar beneficios.

Afirma algún novelero de pro que los mejores Carnavales de Canarias son los de La Palma porque allí se pasan todo un día echando polvos. Bien. Sin embargo, este año, en las dos principales capitales canarias, han conseguido que resurja, cual ave Fénix, el dichoso pleito insular y el nacionalcatolicismo. Dos causas han contribuido a ello: una, las manifestaciones del obispo de la Diócesis Canariense, escandalizado por la Gala Drag; y dos, la metedura de pata del presidente del Cabildo tinerfeño, también escandalizado por lo mismo olvidando el cargo que ocupa. Dos ejemplos que ambos debieron emular a lo expresado por el presidente del Gobierno canario y el alcalde de Santa Cruz. Esto es: ¡chitón! El manto gris de puro fariseísmo que se ha extendido sobre Canarias se disiparía acudiendo a unas acertadas reflexiones del buen Papa Francisco cuando dijo que prefería a un agnóstico que a un católico de misa. Aquí todo el mundo se ha apuntado al argumento de la transgresión, dejando al margen el respeto que se debe a lo que piense el prójimo, esté o no equivocado. Existen otras fórmulas para expresar algo festivo sin acudir a bochornos innecesarios que conculquen la vida de un personaje histórico que tan fundamentalmente ha tenido que ver con la marcha de la civilización occidental.

Se marcharon las caretas camino del Sur. Ahora es el Ayuntamiento de Arona el que organiza las fiestas que tendrán lugar en Los Cristianos a partir del próximo 17 de este mes de marzo..., sin galas drag. Para ello, la comisión de fiestas ha preparado una serie de actos que pretenden contentar a unas 100.000 personas (estimación al alza), naturales y visitantes de aquellas zonas turísticas y otras procedentes de Santa Cruz, irremisiblemente perdidas ante los atractivos que se desarrollan en unos carnavales, no importa donde se celebren. También, antes, habrá jolgorio en el Norte de la Isla, como en Tacoronte (Piñata Chica), pero estos serán más discretos. Eso sí, con la presencia, siempre, de los conocidos pendones. Nuestras Islas se disfrazan de mascaritas, aunque algunas de ellas lleven así años y años sin mostrar lo que en realidad son.