¡Qué sorpresa la lectura de La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han! Por su diagnóstico original y crítico de las sociedades occidentales, y porque aporta soluciones -me disgustan los libros que solo ofrecen desencanto-: recuperar la capacidad de ser contemplativos en la vida acelerada actual. Maravillosa receta.

En primer lugar, me recordó el arrojo intelectual de Romano Guardini en un discurso de 1962, en la recepción del premio Erasmo de Róterdam en Bruselas. En su conferencia "Europa: realidad y tarea", el pensador alemán hizo referencia a la posibilidad de "daños culturales", y dio cuenta de "la imagen del hombre que ha forzado sus energías, renunciando a sí mismo". Además, ofreció esta receta: humildad personal y considerar el poder como forma de servicio.

También Han muestra gran valentía en su crítica a la "sociedad de la trasparencia" en la que la pornografía -en sentido amplio: al creer que no hay reglas, no hay nada que ocultar- "aniquila el eros y el propio sexo"; también, la intimidad y el respeto. Asimismo muestra valor en su denuncia de falta de sentido existencial en tantas personas, idiotas sabios que saben muy bien cómo hacer las cosas, pero no saben muy bien por qué ni para qué las hacen. Para esta banalidad esencial emplea la metáfora de El enjambre, donde el zumbido del materialismo les impide cuestionarse lo absurdo de una vida sin ideales.

La tesis de Han se puede resumir en el paso a una sociedad por exceso de multitareas en la que el enemigo se halla dentro de cada uno, pues nosotros mismos nos autoimponemos un ritmo acelerado. En consecuencia, la sociedad engendra el sujeto del rendimiento y "el exceso del aumento del rendimiento provoca el infarto del alma" que produce "deprimidos o fracasados". A esto lo llama violencia neuronal, que en su grado máximo se manifiesta en la abundancia de depresiones, trastornos de personalidad, trastornos por hiperactividad con déficit de atención (TADH) y síndromes de desgaste ocupacional (burnout o quemados).

Hasta aquí, el filósofo coreano afincado en Alemania ofrece un esquema verosímil. Pero lo deslumbrante es que en su obra se respira esperanza. En este sentido, propone sin remilgos la necesidad de hacer "un alto en el camino", para encontrar la contemplación y la pausa en el día corriente. Porque hay un cansancio bueno, el que Peter Handke -al que cita- denomina cansancio elocuente, que es "capaz de mirar y reconciliar".

Me admira que Han declare que "los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa". Y que combata con fuerza la debacle de la personalidad a la que conlleva no leer y meditar, la falta de recogimiento y de sosiego interior. Igualmente, su rechazo de ese "ya no se teje ni se hila" de Walter Benjamin que expresa bien la existencia llena de superficialidad.

También, que permita la interpretación de que a la vida contemplativa se llega recuperando el silencio y el asombro, pero sin escapar del mundo cotidiano. Por eso, con un horizonte cultural amplio y sin prejuicios, por ejemplo, recogerá una cita de la tradición cristiana, de san Gregorio Magno: "Si un buen plan de vida exige que se pase de la vida activa a la vida contemplativa, a menudo también es útil que el alma vuelva de la vida contemplativa a la vida activa, de manera que la llama de la contemplación, encendida en el corazón, regale a la actividad toda su perfección".

Por último, me impresiona su esperanza. Aunque sus raíces son orientales -budistas, zen-, termina el libro contraponiendo a la sociedad hiperactiva aquella "comunidad de Pentecostés" que inspira el "no-hacer", porque existe un cansancio positivo, el que nos lleva a descansar con los demás y nos vincula espiritualmente: "Si la comunidad de Pentecostés fuera sinónimo de la sociedad futura, entonces la sociedad venidera podría denominarse sociedad del cansancio".

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