¡No vengas a verme cuando esté escribiendo en plena inspiración, ahora que estoy revisando mi última novela! Supongo que te refieres al "Señor de las calzas verdes", le respondí no dándome por aludido de su advertencia. Ese mismo, reafirmó. Para mí, conociendo su carácter imaginativo, deduje que lo de las calzas verdes era otro invento suyo para arropar en soledad a su última novela, "Los ciegos de la media luna", que finalmente saldría a la luz en 2008.

No es habitual que un escritor veterano se auxilie de un ordenador para tejer sus creaciones literarias, y mucho menos poesía. Sin embargo, en sus últimos tiempos de dedicación cotidiana, vi que en la mesita de trabajo de su domicilio de Bajamar disponía de un portátil en el que arrugaba el gesto y aguzaba la vista para teclear, porque, me decía, los personajes surgían de improviso sobre la mesa y discutían con él acaloradamente pidiendo un turno de protagonismo. ¡Calma, les respondía, vete tranquilo, que pronto te tocará el turno! Y de ese modo lograba tranquilizarlos para poder proseguir la trama.

Me pregunto qué contendría el disco duro de aquel artilugio, al que imagino no llegaría "motu proprio", sino que alguien cercano le induciría a obtenerlo, pues creo recordar que en mis charlas con él en sus horas de guardia en la Policlínica, nunca lo vi tecleando una máquina de escribir. Siempre que se producía un paréntesis laboral, solía sentarme cerca de él en el despacho habilitado para la consulta médica, que daba a la calle. Un tresillo y una mesa totalmente apolillados y reparados los estragos de la madera con unas hábiles tiras de esparadrapo de color rosáceo que con el tiempo iban tomando un tono negruzco. Así conseguía que se le avivara la imaginación y diera la vuelta a mis comentarios para llevarlos a su terreno improvisado e imaginario, con alguna moraleja final; o simplemente porque a su modo me estaba tomando el pelo de una forma premeditada, tal vez para despertar mis instintos.

Recuerdo, como si fuera ahora, la trola más imponente que me encajó cuando le hablé de que había leído que los científicos estaban investigando la creación de alimentos sintéticos, partiendo del petróleo. Eso lo viví yo mucho antes, me dijo, ya que con motivo de la estancia de un buque de guerra alemán, fuimos invitados mi padre y yo a comer a bordo. A nuestra llegada, nos recibió con marcial cortesía un oficial que nos indicó el camino hasta el comedor principal, advirtiéndonos antes de que nos pedían disculpas por la frugalidad de los alimentos, debido a que estaban en plena etapa de economía, porque su país se estaba preparando para una contienda bélica. De modo que después de presentarnos al capitán y al resto de los mandos presentes, nos sentamos a comer el primer plato, que consistía en unos entrantes para abrir boca y de segundo nos sirvieron (aquí venía la trola encubierta) unas tortillas francesas muy delgadas y alargadas que abarcaban el diámetro del plato. Más tarde, a los postres, nos preguntaron qué tal las habíamos encontrado. Muy buenas, respondieron padre e hijo casi al unísono. Pues sepan ustedes, les dijo con suficiencia el capitán, que acaban de comer un alimento sintético recién creado por nuestros científicos. El huevo de las tortillas es un derivado creado a partir de las virutas de madera de nuestros aserraderos. Todo un triunfo de la ciencia alemana... Confieso que el relato fue tan convincente que sólo días después le eché en cara su tomadura de pelo. Y él entre risas me respondió ¿no hablabas tú de la obtención de proteínas sintéticas extraídas del petróleo? Pues antes que el petróleo estaban los bosques, y por tanto la madera...

Si algo admiré en él fue su don para situarse al mismo nivel intelectual que cualquier otro interlocutor, con el que lograba conectar verbalmente casi de inmediato. Incluso recuerdo a un personaje minusválido de carácter tosco y resabiado que le guardaba el sitio en el microbús todos los días que acudía a la obligada diálisis. Se sentaba junto a él y procedía a un interrogatorio sobre todos los giros lingüistas de su zona rural. Imagino que, a su manera, estaba investigando el carácter de un desheredado de la sociedad, huraño y malcarado, que sin embargo le mostraba una total veneración. Leyendo los diarios del pasado domingo, he podido constatar que Rafael Arozarena Doblado sigue teniendo auténticos amigos que con su aportación, indudablemente más analítica, están enfatizando la trayectoria de su obra poética y novelística. Algún día contaré cómo me toco ser paciente quirúrgico suyo en un incidente casual, donde por cierto no hizo falta la anestesia local, sino la embriagadora trama de otro improvisado relato.

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