Porque sé que tú eres así, y ya no quiero que cambies ni te esfuerces, me cansé. Sé que me quieres, pero no me gusta cómo lo haces, o más bien cómo no lo haces. Aunque te diga una y otra vez qué necesito, no te amoldas, porque te lo he dicho miles de veces y de todas las maneras posibles, porque mi amor ha ido muriendo día a día: con tu carácter, con tu falta de muestras de cariño, con tus ausencias, con tu incapacidad de hacerme sentir importante, con tus desprecios, con tus quejas, con la falta de sexo. Son tantas cosas ya... que, de verdad, no eres tú, soy yo. No quiero esto en mi vida, quiero más. Quiero sentirme bien, y si eso es en soledad, pues allá voy.

Todos sabemos que cuando llega a nuestros oídos esta frase, o cuando somos nosotros quienes la pronunciamos, es que ya... todo acabó. Da igual que sea una frase típica, da igual que lo que se intente sea no hacer daño, da igual que digan que esta es una frase de cobardes porque, realmente, habría que enfrentarse y decir la verdad. Aquí la única verdad es que se acabó y no hay vuelta atrás.

Pero ¿qué hay realmente detrás de esta frase?

Hay abandono; primero de uno, desde la relajación dentro de la pareja; y luego del otro, desde la decepción constante. ¿Cómo? Cuando empezamos una relación entramos en una fase de entrega, de generosidad, de dar al otro lo que creemos que le gusta o lo que le hace feliz; es decir, pasamos un periodo mostrando lo mejor de uno mismo, estamos entusiasmados y lo mostramos. A medida que la relación avanza, en función de cómo evoluciona y las situaciones a las que es sometida, algunas personas recogen cuerdas y dejan de hacer aquello que mostraban de forma continua al otro. La reacción del otro al principio es de preocupación, piensa que le pasa algo y calla con la esperanza de que las cosas vuelvan a ser como antes. Si pasado un tiempo no lo recibe, vuelve a pedir aquello que le era dado de forma espontánea, siempre esperando aquellas muestras de cariño que parecían tan naturales y que le hacían sentir tan bien. Comienza ahí una escalada de decepciones y frustraciones, demandas continuas que pueden ser malinterpretadas por el otro, llegando incluso a descalificar a su pareja de forma asidua con palabras como "pesada", "obseso", "mimosa", "dependiente", "infantil"... La pareja se plantea en esos momentos si tiene o no razón y comienza a reprimir sus demandas. Y ahí es. Justo ese es el punto donde todo empieza a morir: la persona se siente vacía, comienza a ver cómo se marchita por dentro, cómo la ilusión se va desvaneciendo y los días se tiñen del color gris.

Entonces, ¿dónde está el límite?, ¿dónde está el equilibrio entre dar y recibir? Porque puede ser que quizás sí seamos infantiles, dependientes u obsesos. Cada persona tendrá que analizar sus demandas y la cuantía de esas demandas, si son constantes desde una necesidad sana o es desde una carencia personal que proyectamos hacia el otro. Analizándose uno mismo podrá ver dónde está la respuesta: puede haber días que lo sintamos de forma excesiva; otros, no tanto. Pero lo importante es que hay una ausencia, una falta de algo dentro de la pareja que nos está llevando a todo esto. La otra cara deberá analizar cuando la pareja le pide, que quizás no sea un capricho, quizás haya que empezar a escuchar con otros oídos; qué más da complacer a quien amamos, ¿no?

El diálogo desde la tranquilidad y la buena escucha: sin estar a la defensiva, viendo las necesidades del otro, entendiendo, empatizando ambos, buscando acuerdos y nuevas formas de actuar; puede hacer que haya un acercamiento, una nueva ilusión, una sensación que crecerá dentro de la pareja de sentirse comprendidos y amados nuevamente.

Hay que tener cuidado con esos orgullos y esa falta de empatía con el otro. Al fin y al cabo, la única persona que al final pierde eres tú. La relación de pareja no es un campo de batalla donde anotar quién da más o quién da menos, no se juega a "si tú no haces, yo tampoco", no se utiliza la defensa ni el ataque; somos una pareja, somos un equipo, jugamos juntos y vamos a por lo mismo. Estamos construyendo y manteniendo un hogar. Esa es la idea, y no se puede hacer convirtiendo al otro en tu enemigo, y solo ocurre eso cuando empezamos a sentirnos no amados. Por eso; no eres tú, no soy yo, somos los dos los que vamos a empezar a luchar por ello. Porque nos amamos, porque nos queremos, porque nuestra pareja tuvo, tiene y tendrá la fuerza para conseguirlo. Si uno decae, ahí está el otro. Solo vosotros podéis hacerlo.

*Psicóloga y terapeuta

http://anaortizpsicologa. blogspot.com.es/