El odio no disminuye con el odio. El odio disminuye con el amor.

Buda

El odio es una emoción negativa que se caracteriza por un disgusto extremo, que se dirige a un individuo, grupo, conductas o ideas. Puede ser tan simple como no gustarnos el café porque es amargo, o tan complejo como odiar a un grupo particular de personas por su cultura o su sexualidad. Pero ¿por qué odiamos? Quizás no podamos dar una sola respuesta. Y seguro que hay muchas más de las que proponemos. Pero seguro que estos factores que les propongo pueden explicar un poco más esta emoción. Y ayudarnos a evitarla de paso.

Las personas tememos lo desconocido. Es un instinto básico tener miedo y resistirse a algo que nos resulta extraño. Que nos hace salir de nuestra amada zona de confort. Un claro ejemplo lo tenemos en los odios raciales o religiosos. Tememos a quienes no tienen nuestra misma cultura o religión, sin molestarnos en conocerlos.

Esto lo explica una de las diversas teorías de grupo, que postula que cuando los humanos se ven amenazados, se refugian naturalmente en el grupo propio, el que identifican como mecanismo de supervivencia. Los factores que motivan esta reacción son las emociones de amor y agresión. Amor hacia el grupo propio y agresión hacia el grupo que se categoriza como amenazante o peligroso.

Hay que destacar que, en el caso del segundo grupo, no tiene ni por qué existir. Lo crea nuestro propio odio. Es el caso de identificar a los refugiados con aquellos que los expulsan de sus casas y matan a sus familias.

Amenaza percibida.- Esto suele ocurrir cuando odiamos algo, sin razón aparente. Sentimos que nos amenaza una determinada persona por su apariencia física, su forma de hablar o cualquier otra razón, sin mucho fundamento.

Esto es algo que podemos llamar proyección y se produce porque vemos en el otro algo que no nos gusta en nosotros mismos. Al odiarlo, creemos distanciarnos de ello. A que se les ocurren algunos ejemplos.

Esta carencia de autoaceptación, de vernos y querernos compasivamente como somos, nos lleva a odiar a otros. Y lo hacemos atacando. Es una de las fuentes más perversas de odio que puede conducir a verdaderas atrocidades. No nos aceptamos e intentamos extirpar este autorrechazo utilizando a otras personas.

Este odio está profundamente enraizado en sentimientos de soledad y aislamiento emocional que hacen que las personas busquen culpables de cómo se sienten, sin realmente mirar en su interior. Es, en cierta forma, una forma de distracción de una profunda insatisfacción con nosotros mismos.

El odio es una conducta aprendida. No nacemos con odio en nuestros corazones. A pesar de ser capaces de las mayores destrucciones, la capacidad humana de compasión, empatía y amor es infinitamente mayor. Trabajar desde pequeños en estos aspectos que educan el respeto y la tolerancia es el mejor antídoto del odio. Niños y niñas que viven y aprenden en entornos solidarios y generosos propiciarán comunidades y sociedades inclusivas y colaboradoras.

Sociedades en las que lo diferente se observe con curiosidad y con deseo de conocimiento, en lugar de con miedo y con intención de destrucción.

Es algo que nos toca a quienes tenemos la posibilidad de educar y de contar a las personas, como ser más felices y tolerantes.

@LeocadioMartin