Unas amigas de mi ecosistema profesional me llevaron de gintonics. Tras los primeros sorbos me preguntaron cuál era el criterio para elegir los temas de mis artículos. Me di por jodido, vi en sus felinos ojos que me iban a arrinconar. Lo hicieron, no tardaron un segundo en reprobar uno de mis últimos escritos: sí, el de las falsas feministas. Les contesté que había sido un impulso primario: me hicieron daño y respondí. Quizás pasándome un par de pueblos, pero cuando nos pisan un callo todos saltamos. Soy de los que prefiere pasarse a quedarse corto. A quién le quise dar le di, pero me ha sorprendido la cantidad de personas que no tenían nada que ver en esta orgia de sabores y se han dado por aludidas. A saber por qué.

Cuando me tenían medio piripi me invitaron a que pidiera perdón, pero cuándo les pregunté a quién, fueron ellas las que enmudecieron. A las mujeres en general, me respondieron, es que tú no eres así. Lo cierto es que este cuchicheo no ha trascendido de la mediocre endogamia periodística en la que nos movemos. Las noté asustadas por ese chismorreo que convierte a un pueblo chico en un infierno grande. Pero uno, por los sinsabores de la vida que le ha tocado vivir, se pasa los cotilleos de burdel por el arco del triunfo; aunque esa es otra historia que muchos ya conocen. Hoy, por mis amigas y aquellas mujeres que ofendí sin quererlo, pido perdón. No así a quienes dañé con intención porque son malas, y si lo hiciera, además, sería un cínico Fin de la cita.

@JC_Alberto