En los estudios americanos, en los años 50, era tradición servir un Martini al acabar cada día de rodaje. Para que todo estuviese preparado, el director debía anunciar cuál era su último plano de la jornada y el ayudante de dirección, cuando se pasaba a ese plano y, antes de explicar las necesidades del mismo -los actores involucrados, el vestuario, el efecto día o noche y demás- anunciaba a todo el equipo que se disponían a realizar el "Martini shot". Así, el responsable de preparar el combinado sabía que le quedaba poco tiempo y debía ponerse al trabajo.

Actualmente no se dan Martinis al acabar el día de rodaje pero, en rodajes en todo el mundo, el ayudante de dirección anuncia el plano Martini como señal de que es el último plano del día. El equipo no recibe ese Martini, pero sí la alegría de saber que pronto acabará la jornada laboral. Esa tradición, como la del director invitando a champán cuando se rueda el plano primero de la primera secuencia y se realiza la primera toma -lo que en claqueta se leería como "uno, uno, primera"-, o la del "dire" de foto invitando en la "dos, dos, segunda", se siguen anunciando aunque luego ya no haya ni Martinis ni champán en los sets. El whisky se hace con té y los cigarrillos son de hierbas de herbolario; ya nada es lo que era.

En cualquier caso, lo que sí es real cuando empiezas el último día de rodaje de una película o, como en nuestro caso, el último día de la unidad de Puerto Rico, son los nervios y una extraña sensación agridulce. Quieres acabar el rodaje y tienes la tensión de que no se te quede nada por rodar, pero al mismo tiempo ves cómo el equipo empieza a recoger, cómo arte empaqueta el atrezzo, cómo desde el departamento de cámara se guardan unas ópticas que ya no se usarán más, vestuario organiza y prepara todo en cajas de donde, si no se requiere esa ropa en unos meses para repetir tomas o rodar nuevos planos, puede que vuele para la caridad o para algún almacén de vestuario y, de allí, después de una selección y limpieza, vuelva lista para nuevas películas. La gente recopila datos de contacto de compañeros y se hacen fotos los unos con los otros. Después de cuatro semanas de preparación y otras cuatro de rodaje, con sus tensiones, enfados, carreras, lluvia y más lluvia en el tropical Puerto Rico, la gente sabe que, en pocas horas, todo eso será pasado y la gente proveniente de Perú, Estados Unidos, España, Canadá, Holanda, México, Colombia, etcétera, cogerá sus bártulos y se encaminará hacía la siguiente aventura, hacía el siguiente proyecto. Unos tienen un western que acabar, otros empiezan una comedia o una película de terror de bajo presupuesto, otros buscarán trabajo, la estilista tiene una obra de teatro que vestir y una actriz volará a Chicago a poner la voz a un anuncio.

El día va avanzando y más actores terminan, la gente se despide y tú sigues rodando, pensando en los planos que te faltan, en ese puzle al que ya le quedan pocas piezas, mientras el puzle que se resquebraja y pierde piezas es el de tu equipo. Era mi primera vez trabajando con todos ellos, pero un rodaje es una experiencia muy intensa, se vive mucho y muy rápido y, cada vez que alguien se despide, duele. Las actrices acuden a decir adiós; su vuelo sale en unas horas. Las conocí hace cinco semanas y parece que ha sido una vida; llevadas por su personaje han sufrido, reído, llorado, se han enamorado, han ganado y han perdido y, lo más importante, han vivido contigo la impotencia de no poder rodar por la lluvia, las carreras para acabar el plano antes de que se haga de noche o la satisfacción de ese plano maravilloso al atardecer o de esa indicación que escucharon, pensaron y, al cabo de un rato, viste reflejada en tu monitor después de dar acción.

Plano tras plano se iba consumiendo el día hasta que, con cierto temor, le dices al ayudante de dirección que solo te queda un plano por rodar. El equipo, cualquier otro día, correría a rodarlo para irse a casa (en nuestro caso al hotel) pero el último día es diferente. El ayudante de dirección te pregunta sobre ideas que le habías contado, la script te recuerda el plano que querías rodar y nunca hiciste, tú piensas y piensas y ves que el puzle está completo pero, ese día, nadie mete prisa. Es como una pequeña liturgia, dedicas unos minutos más a repasar el guion y a responder dudas y preguntas. Por supuesto que podrías rodar más días, más planos, siempre querrías más, pero el rodaje llegó hasta aquí y le indicas al ayudante de dirección que te queda el último plano del día, el último plano de la unidad de Puerto Rico y el ayudante de dirección, con solemnidad, anuncia el plano Martini.

Dentro de unos minutos el rodaje habrá terminado pero, mientras tanto, la gente sigue en la película, mirando el maquillaje, repasando la jefa de vestuario esa arruga del vestido, poniendo el "dire" de foto luz tras luz para que aquello quede espectacular. Yo sigo dando indicaciones y se sigue trabajando pero, con el rabillo del ojo, vemos cómo se desmonta, cómo se guardan equipos y materiales o se entregan a producción los últimos tickets de gasolina, tercera toma, cuarta toma del plano Martini... el actor bromea y pide una toma más, pero la cuarta era la buena, el ayudante de dirección te mira y espera un gesto tuyo, tú asientes con la cabeza y se anuncia oficialmente: el rodaje se ha acabado. Nadie nos va a dar un Martini, pero el equipo sabe que ha acabado un rodaje, que una vez más lo han vuelto a hacer y que aquel rodaje que empezó hace cuatro semanas y que entonces no era más que diálogos y acciones escritos en un papel, ahora es una historia contada en imágenes, con emociones, colores, texturas, sentimientos, lágrimas y sonrisas y que cada imagen de esa película ha sido posible gracias a su trabajo. No tienen un Martini, pero tienen una película.