Los grandes artistas no necesitan mucho margen para demostrar la verdadera dimensión de su talento. Que Richard Clayderman es una apuesta segura no es una afirmación arriesgada, pero una cosa es admirar una carrera repleta de éxitos y otra bien distinta es citarse cara a cara con un creador de emociones único. Lo que hizo el pianista parisino anoche en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife fue sencillamente maravilloso. Dos horas de música de alta escuela acompañado por ocho músicos de la Orquesta Sinfínica de Tenerife, ciento veinte minutos de elegancia, de diversión, de generosidad profesional... Y es que no solo regaló instantes de una belleza extraordinaria, sino partituras y pañuelos. Incluso, estuvo a punto de entregar al público, que casi llenó el Auditorio de Tenerife, la butaca que usó para firmar un concierto irrepetible: la interpretación que hizo de pie en el tramo final de la velada fue soberbia, pero no fue el único átomo de maestría que descorchó un genio que hizo que los espectadores volaran a Alemania, Francia, Italia... Esas fueron algunas de las escenografías más terrenales de un espectáculo muy cuidado que llegó a transitar por las siempre misteriosas coordenadas de "Star Wars" o por el salvaje oeste. También hubo un bloque reservado a composiciones más románticas ("Murmure", "Eleana", "Adeline", "Coup de coeur" o un medley que teletransportó a los asistentes al París más enamoradizo), pero Clayderman no se olvido de Indiana Jones, del capitán Jack Sparrow o el profesor de canto Clément Mathieu ("Los chicos del coro"). En su primera visita oficial a la Isla, el compositor se disculpó por su "calamitoso", pero simpático castellano. Disculpado. Fue la única nota "desafinada" de una noche repleta de estampas mágicas.