Sin novedades, Coalición Canaria cerró ayer en Infecar Las Palmas su sexto congreso, en un momento de retroceso general de la influencia de los nacionalistas de Canarias en la vida política canaria y española. Supongo que esa afirmación resulta chocante cuando los votos de Ana Oramas y Pedro Quevedo resultan hoy claves para la aprobación de los Presupuestos del Estado y para evitar una nueva convocatoria de elecciones generales. Pero eso es algo absolutamente coyuntural, fruto de una matemática parlamentaria enrevesada. Bastaría que el PP lograra tres o cuatro diputados más en unas nuevas elecciones generales -algo que parecen apuntar los sondeos y el olfato- para que el valor político del nacionalismo canario en la escena nacional se disolviera como azucarillo en aguardiente. Oramas y Quevedo viven hoy un protagonismo tan casual como irrelevante, que se corresponde además con el retroceso nacionalista en Canarias: Coalición está acorralada en el Parlamento, su Gobierno se soporta en la minoría más mínima de la Autonomía, y su peso en las islas y los municipios se sostiene solo porque han logrado hilvanar acuerdos basados en la dificultad del PSOE y el PP para ponerse de acuerdo...

Y en cuanto a Nueva Canarias, su papel está muy limitado a la isla de Gran Canaria, donde el éxito del partido de Román Rodríguez tiene más que ver con el crédito de Antonio Morales entre sus vecinos y con el rechazo que despierta entre los grancanarios la difunta ATI, resucitada recurrentemente como espantajo y símbolo del poder tinerfeño. Aparte de eso, hay que reconocerle a Rodríguez su habilidad al negociar la incorporación de los suyos a las listas del PSOE. Eso le permitió cosechar un diputado y una senadora, que además van por libre. Pero es difícil que tal fórmula pueda repetirse. No creo que el PSOE esté dispuesto a regalarle de nuevo a Román Rodríguez dos puestos de salida en otras elecciones.

Por mucho maquillaje que se use para disimular las arrugas de una fórmula muy gastada, el nacionalismo canario huele a rancio. Lo saben sus dirigentes, sus afiliados y sus menguantes votantes. Y es algo que no va a desaparecer fácilmente: en Coalición se ha hecho el esfuerzo de presentar la "bisoñez" de algunos de sus dirigentes públicos -Clavijo, Carlos Alonso, Pablo Rodríguez, Rosa Dávila, Narvay Quintero- como un elemento de renovación. Pero antes de llegar ya son parte de un paisaje antiguo. Y lo mismo le pasa a ese trío de señores de edad respetable y provecta que integran Rodríguez, Morales o Quevedo, aunque paseen por ahí sus sueños de juventud. Con estos mimbres, la única renovación posible del nacionalismo canario es a la vez la más difícil: volver a entenderse entre ellos. Llegaron a ser la fuerza política más votada en las islas cuando lograron superar una división tan antigua como el pleito y basada en los mismos motivos. Hoy esa división vuelve a ser determinante: han inventado incluso razones ideológicas para mantener una ruptura que solo tiene que ver con la voluntad de poder y el espíritu de tribu. Mantienen y profundizan en esas falsas razones -derecha/izquierda, grancanario/tinerfeño- mientras aburren a los suyos.

El nacionalismo es hoy un carro que no avanza porque hay dos mulos tirando del carro en direcciones contrarias. Nadie les marca el camino, y así no van a llegar lejos. Pero esas cosas no se han afrontado en serio en este último congreso de Coalición. Ni por supuesto se haría en uno que celebrara mañana Nueva Canarias. O quizá sí: para culpar de la incapacidad para el acuerdo, la división y el conflicto precisamente a los otros.