En estos días de escaramuzas y reproches políticos recíprocos que preconizan un acuerdo de renovación sanitaria, orientado a su mejora, que aún no sabemos si dará frutos, el azar me ha convertido en observador objetivo de un día a día cualquiera en el buque insignia sanitario de la Isla. De él puedo decir que he pasado por parte de los intrincados laberintos de su estructura, construida a golpe de presupuesto cuando los perros se ataban con longaniza, y he podido constatar -y padecer en muchos casos- los inconvenientes derivados de sus carencias de personal profesional y la limitación de su plantilla, cada día más desmotivada por las continuas reducciones y cambios a que son sometidos. Sin ir más lejos, paso a relatar una consulta de control posoperatorio en un día cualquiera, y por ello, por la parte que me toca, me limitaré a Traumatología, que es una especialidad en donde un gran porcentaje de sus pacientes son víctimas accidentales en vez de provenientes de una enfermedad. De ahí que como en el cuadro de "La rendición de Breda", conocido popularmente como de "Las lanzas", donde en este caso el mar de lanzas se trueca en un océano de muletas y bastones ortopédicos, y los caballos en circunstanciales ambulancias de transporte, junto con los sucedáneos individuales a ruedas que se disputan muchos pacientes para su traslado manual a la casi decena de consultas habituales, que valoran las secuelas de los lesionados. Una escena que se repite cada día y donde, según expresión del propio personal auxiliar, que atiende con amabilidad a todo el que lo demanda, los pasillos están prácticamente "entongados" de pacientes hasta el extremo de que es imposible situarlos más cerca de la consulta asignada. Como consecuencia hay que dejarlos "aparcados" en las antesalas que preceden a estas instalaciones, cercanos a los mostradores de información. Observando desde la impotencia que produce la espera prolongada, no hay que ser fisonomista para ver el cansancio y la tensión laboral retratada en los rostros del citado personal, que muchas veces no puede disimular su estado de ánimo y te convierten en oyente involuntario de sus desahogos verbales, totalmente emparejados con el ambiente reinante. Uno de los detalles más señalados es que las citas vienen informatizadas y, por tanto, el ordenador y la impresora las conceden cada cinco minutos. Acción imposible porque la limitación de tiempo casi no da para introducir al lesionado en la consulta para saludar y despedirse del médico, que supuestamente lo tiene que valorar. O lo que es lo mismo, falta absoluta de coordinación entre el tiempo estimado de cita y su duración real, que por lógica nunca baja de los 20 minutos y se alarga más en función de la dolencia. Preguntado el número de traumatólogos en consulta, nos responden que suelen ser entre ocho o diez, sin contar por supuesto con los que están nombrados para quirófanos. Y aunque parezca un número excesivo, la realidad revela que son insuficientes para atender a toda la multitud que pacientemente espera su turno de revisión. Personalmente, cada vez que he acudido a primera hora de la mañana, he conseguido salir después de siete horas de espera. Y lo milagroso es que, pese a estos inconvenientes, el trato de la generalidad de los médicos suele ser bastante cordial con los asegurados. A este intervalo de espera hay que sumar a los que acuden para curas o para prescindir de los vendajes de yeso -llegados en muchos casos de alguna isla periférica, con el coste y las molestias que esto supone, para una acción no superior a los 10 o 15 minutos-. En este servicio he visto a los propios cirujanos entablillando y colocando un vendaje de yeso para aliviar a los dos enfermeros para este menester, totalmente desbordados.

Expuestas estas pinceladas de un día cualquiera, en un área cualquiera del hospital de La Candelaria, sólo queda por abogar en defensa de los profesionales y pacientes que se ven sometidos a esta continua falta de coordinación, a la que hay que añadir los conflictos que atañen al peculio de los trabajadores, que en lógica correspondencia están luchando para que el próximo 18 de mayo demanden que sus derechos sean proporcionales a los deberes impuestos en continua progresión. Como televidente testigo del reciente rifirrafe de dos representantes políticos, tras una insípida luna de miel, puedo expresar por experiencia que la mejoría, si no ocurre un milagro, puede ser a peor por la demanda poblacional con los mismos o más minimizados recursos. Expresadas estas carencias, otro día les pediré opinión a los lectores para ver si un cucharón de puré, más un triángulo de pizza y una gelatina, son suficiente alimento para un niño escolarizado en etapa de desarrollo. ¿Cómo quieren convertirlos en bilingües con tan escasa sustancia? Procuren ser más objetivos, como he tenido que serlo yo, en vez de pronunciar discursos ya elaborados y acusaciones mutuas para el diario de sesiones. Dicho queda.