Sentada en el salón de su casa, una tarde de 1952 María Moliner empezó a escribir un diccionario. ¡Un diccionario! En un audio que he recuperado de la web de Radiotelevisión Española se la oye explicar que aquel día cogió "un lápiz y una cuartilla" y comenzó a "esbozar un programa de diccionario". Y se la escucha reír. "Y el diccionario que salió no tiene nada que ver porque yo proyectaba uno breve, unos seis meses de trabajo. Bueno, bien, no está mal...". Pero esta erudita de las palabras no hizo buen cálculo, "...y la cosa se ha convertido en quince años de trabajo hasta la publicación de la primera edición".

María Moliner era bibliotecaria. A pesar de sufrir las consecuencias de la ausencia de un padre que se marchó y no regresó, le acompañó la suerte de poder estudiar. Se licenció en Filosofía y Letras y se convirtió en una de las pioneras universitarias del siglo XX. Fue una enamorada de los libros, que para ella eran "ventanas maravillosas por las que asomarse al mundo". Luego, parece que se sumergiera aún más en ese idilio al adentrarse en las palabras una por una. Sentada en la mesa de aquel salón en su casa se embarca en la costosa elaboración de un diccionario. Primero a mano y después ayudándose de su "Olivetti pluma 22", comenzó a escribir miles de fichas de palabras que catalogaba y almacenaba en cajas de zapatos. Y en ellas, "muchísimos signos gráficos para indicar lo que quería transmitir de cada vocablo". Sabía cómo hacerlo, tenía oficio. Y así, palabra a palabra y durante quince años, escribió el libro de los libros.

Dámaso Alonso fue quien impulsó la publicación de este descomunal esfuerzo en dos volúmenes, en 1966 y 1967. Ahora, su trabajo se reedita por cuarta vez con cinco mil quinientas entradas nuevas.

En "Gente despierta", el programa de Carles Mesa en Radio Nacional, escuché que le gustaba llamarse "diccionarista". En una de estas noches despierta con la radio he sabido de todo esto que rodeó la obra inmensa de María Moliner y que yo desconocía. Vicky Calavia ha estudiado a fondo a esta mujer culta y entusiasta de lo suyo, y ha dirigido el documental -ya estrenado- sobre su "vocación de coleccionista de palabras". En el programa explicó que escritores como Delibes o Umbral apostaron por "el María Moliner" como herramienta de consulta. Un diccionario sencillo, práctico, que no se limitaba a definir términos, sino también a aclarar cómo utilizarlos en expresiones corrientes. Un instrumento -decía- "para guiar en el uso del español tanto a los que lo tienen como idioma propio como a aquellos que lo aprenden". Y para eso se nutría de los textos de "los periódicos y de sus conversaciones con la gente en la calle". Buscando más detalles de esta proeza, encontré el artículo en el que García Márquez se refiere a su diccionario como "el más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana". Solo echa en falta las "mal llamadas malas palabras" porque María Moliner no incluyó palabrotas.

Este año se celebra el cincuenta aniversario de esa contribución extraordinaria que es el "Diccionario de uso del español" y que María Moliner -"en constante reinvención"- construyó ella sola. Por eso -explican los que lo han estudiado- ese es un "diccionario de autor". Su huella está ahí. A mí me parece que su impronta, no obstante, llega más lejos. Y me llama la atención esa reinvención que se aleja de la retórica de las palabras y que se pone manos a la obra con ellas. Esa forma de trabajar metódica, rigurosa, constante. Esa forma de ser decidida, consciente de su propia valía, moviendo los hilos del afán y la superación personal.

@rociocelisr