Las comparaciones son odiosas porque todos somos o dejamos de ser, según con quien nos comparemos. Y si nos comparamos con Rodrigo Rato, además de unos desgraciados somos unos soplagaitas. Ayer leía un manifiesto de una pensadora americana nacida en San Petersburgo en 1905. Ayn Rand nos advertía que "cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y las influencias más que por su trabajo; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un sacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada".

Pero si bien jamás nos ha importado la corrupción, ¿qué ocurre para que hoy nos importe más que nunca según los últimos datos del CIS? Pues pasa que vivimos en un país donde se vive fusilando a diario a la clase media y poniendo de manifiesto una sociedad dividida entre ricos y pobres; y la envidia, que es un pecado capital, es directamente proporcional a la desigualdad. No creo que nos importe más el delito en sí, creo que nos rebelamos ante un fracaso del Estado del bienestar. No soportamos ver cómo las pasamos putas a diario mientras un puñado vive a todo trapo mamando de la teta común. Las sociedades en general, no sólo la nuestra, no se resienten ante la corrupción, sino ante las brutales diferencias sociales. Y aquí es donde andamos.

@JC_Alberto