La súbita muerte de Carme Chacón ha servido para ver fugazmente lo que el PSOE fue una vez en este país: un partido unido. En España no hay como morirse para que hablen bien de ti y para que se den golpes en el pecho los mismos que antes te los daban en la paciencia.

La batalla por la secretaría general, suspendida brevemente por los funerales de la exministra socialista, parece que empezó el pasado siglo. Demasiado tiempo sin orden ni concierto. La carrera de Pedro Sánchez es como el incansable trotar de un estilizado Forrest Gump, entre tierno y admirable, hacia el horizonte y más allá. Después del monumental batacazo que siguió a su efímero esplendor, Sánchez se ha recreado como personaje. Surge de las frías cenizas de la hoguera en donde le quemaron como secretario general y candidato socialista. Allí murió el hombre del aparato. Allí se achicharró el candidato al que Susana Díaz y los barones socialistas apoyaron con entusiasmo para que se cargara a Eduardo Madina, sin que le temblara el pulso.

Ahora Sánchez se redefine al lado del pueblo. Ahora es el líder que representa a los militantes frente a Susana Díaz, que es la candidata del poder. Sánchez quiere ser el líder de las bases y que Díaz sea la de los jefes. Ya lo escribía Lenin hace un siglo hablando del dividido partido comunista alemán: "El partido de los jefes, que quieren organizar y dirigir (...) aceptando los compromisos y el parlamentarismo, con el fin de crear situaciones que permitan a estos jefes entrar en un gobierno de coalición" frente al "partido de las masas, que espera desde abajo el impulso de la lucha revolucionaria". Militantes y dirigentes, masas y jefes. Qué viejuno es lo nuevo.

Decía también el amigo Lenin que negar la necesidad del partido y de la disciplina es desarmarse y rendirse ante la burguesía, o sea, la derecha. El virus que trajo Podemos no sólo se ha cargado el bipartidismo en España, sino que ha impregnado de forma mimética el lenguaje político. Los seguidores de Pedro Sánchez le presentan como el líder de las bases frente a "la casta". Sánchez se vende como el representante del proletariado socialista, que se enfrenta a la poderosa cúpula de la organización (en la que él estuvo hasta anteayer), influenciada por los "poderes fácticos". Y mientras, a la izquierda del PSOE se observa con con curiosidad la eutanasia de su marca blanca.

La izquierda española, en realidad, está donde siempre estuvo: especializada en hacerse la puñeta a sí misma en cuanto sea posible. La enfermedad del PSOE de hoy es una amnesia retrógrada. A muchos se les ha olvidado que todo lo bueno que se ha producido en la historia lo ha hecho la socialdemocracia. Y que más a la izquierda, hacia el comunismo tuneado con el populismo, sólo ha existido fracaso y sufrimiento para millones de personas. El debate de los socialistas españoles no puede ser de identidad. Es irracional y es imposible. Es una excusa. Es una lucha por el poder, como siempre.

En las elecciones generales al Congreso en España no hay un territorio en donde los votos "valgan" igual que en otro. A cada partido los escaños le "cuestan" más o menos en función de donde sea. Esto, que es una evidencia, en Canarias se ha convertido en un escándalo. Algunos partidos de implantación urbana están empeñados en cambiar el sistema electoral porque en las islas menores no se comen un rosquete. Mariano Cejas, de Ciudadanos, asegura que los diputados no dan la felicidad. Que el progreso de las islas menores no se arregla con más diputados en el Parlamento, sino con más inversiones. Lo que pasa es que una cosa lleva a la otra. Es indecente que Ciudadanos no esté en el Parlamento canario. Pero eso se debe a las infames barreras electorales, no a la triple paridad. Que las islas menos pobladas estén sobrerrepresentadas es parte del hecho fundacional canario, que decidió defender a las minorías.