Han pasado muchos años desde que mataron a Kennedy. Fue en 1963. Años pasaron también de que mataron al Che Guevara. Recuerdo nítidamente cómo lo supe: lo supimos muy tarde, porque entonces apenas escuchábamos la radio y éramos muy chicos. Cuando mataron a Kennedy nos dieron permiso en el colegio, como si fuera Semana Santa. Había estupor en los profesores, pero nosotros sabíamos poco. Mataron a Kennedy, no hay escuela. La muerte de Guevara nos cogió más talluditos: lo vi en este periódico, EL DÍA, aquella fotografía, y la comenté con mi primera novia. Paseábamos, yo con el periódico bajo el brazo, por la Avenida de Martiánez del Puerto de la Cruz, que tenía otro nombre. Ella me preguntó quién era Che Guevara y entonces yo le leí el periódico, para que ella supiera lo mismo que yo. En la última página el periódico llevaba una columna de Elfidio Alonso, que contaba qué pasaba al filo de la madrugada en la política internacional. Una vez que leíamos eso nos parecía entender qué pasaba en el mundo, tanto para cuando mataron a Kennedy como para cuando mataron al Che.

Las cosas luego se liaron muchísimo y ahora ya no sabemos nada más que la nata de lo que pasa. Antes pasaba lo mismo, seguramente, pero sólo había dos o tres medios por los que nos informábamos y no teníamos por qué desconfiar de lo que nos estaban diciendo. Mataron a Kennedy y fue Lee Harvey Oswald. Veíamos la foto de este hombre esmirriado al que mataron en seguida y ya nos quedábamos conforme. Mataron al Che, y para que no tuviéramos dudas nos mostraban en las portadas el cuerpo agujereado del hombre más famoso del mundo en ese momento. No había que analizar mucho más. Ahora pasa algo y hay millones de ojos diciendo lo que ellos vieron, perspectivas distintas, muchas de ellas fantasiosas, que se superponen en nuestro conocimiento y nos dejan aturdidos porque de veras ya no sabemos qué pasa en el mundo. Don Luis Álvarez Cruz le preguntaba al director de mis primeros tiempos en EL DÍA, don Ernesto Salcedo: "¿Qué de noticias?" Y Salcedo le decía cuatro cosas y ya don Luis se creía al tanto de la actualidad mundial. Ahora tendrías que leerte la biblia entera para saber qué demonios pasa. No porque las cosas sean más complejas, sino porque todo está salpicado de posverdad, lo que antiguamente se llamaba mentira. La gente cree ahora que esto de la posverdad se ha inventado en este momento y que el copyright lo tiene Donald Trump. Donald Trump habrá inventado la mala educación, pero la posverdad (es decir, la mentira) nació desde antes del Antiguo Testamento. En el siglo XX hubo mucha posverdad (Hitler se consolidó en el poder porque supo decir mentiras, y Goebbels le ayudó: "una mentira mil veces repetida es una verdad") y ahora mismo ya se sabe que mentir no es exactamente perverso. Ahora te pasean por los periódicos, digitales mayormente, en medio de un pasadizo de mentiras que tienes que ir identificando hasta que das con la clave. Pero mientras haces eso, en Twitter y en Facebook y en Instagram y en otros púlpitos de la verdad instantánea, te cuentan milongas, tú te las crees y al final del día las dices en foros, en artículos de prensa, en los bares, como si te supieras de veras la actualidad del mundo cuando en realidad estás carcomido por las mentiras bien organizadas en despachos lejanos donde se dice una cosa para que se crea otra y así sucesivamente.

Estamos en la cúspide de esa tendencia; en algún momento esto va a estallar, porque, como se dice al final de Tres tristes tigres, la gran novela ahora cincuentenaria de Guillermo Cabrera Infante, ya no se puede más. Estamos en tiempos ciegos, y los nuevos tiempos nos harán más ciegos, como dice Rafael Sánchez Ferlosio. Para afrontarlo, para sentirnos al menos comprendidos en nuestra ignorancia, recomiendo un libro reciente: Sobre la tiranía. Veinte lecciones para aprender del siglo XX. De Timothy Snyder (Galaxia Gutenberg). Lo recomiendo. A mi me ha venido Dios a ver leyéndolo.