Ahora que las aguas del calendario han vuelto a su cauce y la Semana Santa es sólo un recuerdo salpimentado con aires de violencia durante las concentraciones públicas para ver los pasos procesionales, especialmente en Málaga, con un saldo de cien heridos, volvemos estupefactos a preguntarnos qué nos está pasando a medida que discurren los días y el ser humano está retornando a las cavernas para pelear hasta matarse por un hueso de algún animal del Jurásico, e incrementar de forma antinatural el haber de la parca. ¿A qué obedece tanta manifestación de violencia colectiva? Tal vez proceda del descontento personal por carecer de medios para ser autosuficientes, o quizás por un problema de carencia afectiva familiar y posterior falta de educación, y consecuentemente de nula formación moral. No lo sabemos con certeza, pero esta sociedad que nos conforma decae cada día más en sus postulados de convivencia, y con esta dejación permite que se formen grupúsculos de marginales que atentan contra todos los valores sociales, construidos a base de errores históricos sabiamente rectificados, permitiendo que con ello la sensación de inseguridad física se incremente.

Podría citar ejemplos por doquier, pero basta con abrir las páginas de un periódico o escuchar un noticiario de radio o televisión para corroborar lo antedicho. La vieja Europa, con sus conquistas sociales largamente disputadas, tiene que delatar alguna masacre que afecta la interrelación entre dos o más seguidores de un credo religioso, del que sobresalen sin duda el choque permanente entre una creencia más permisiva y otra radicalmente intolerante, creando así un enfrentamiento cultural que va más allá de ese amor fraternal e igualitario, transformándose en un radical con una bomba, o empuñando un arma o un volante para sembrar el pánico y la muerte a su alrededor, aprovechando el sorpresivo resultado de su acción durante cualquier manifestación pública multitudinaria.

Hace unos días, en un programa televisivo en casa de un reconocido jadario, un representante del trío de las Azores y expresidente español justificaba la guerra de Irak para acabar de forma radical con la amenaza latente -que luego fue falsa- de las armas de destrucción masiva, y que si se hubiera hecho lo mismo con Siria el conflicto hubiera terminado hace años. La teoría de destruir para construir de nuevo sigue latiendo en la memoria de Hiroshima o Nagasaki; por ello sirven las justificaciones del empleo de gas sarín como arma química para arrasar contra civiles desarmados o eliminar un foco de guerrilleros de Al Asad con la madre de todas las bombas no nucleares; todo ello movido por los invisibles hilos del binomio Putin-Trump, que de forma permanente muestran sus colmillos sin agredirse, delegando en sus peones para que hagan el trabajo sucio; sin importarles las miles de vidas inocentes sacrificadas a diario.

Comparados estos ejemplos citados con la reciente gamberrada de descabezar una estatua en el parque García Sanabria puede resultar chocante para el lector. Pero de la misma forma que supone reparar este acto vandálico con cargo al bolsillo de los contribuyentes, resulta aún más irónico participar en una encuesta sobre si la explotación del telurio -ese metaloide tan codiciado- servirá para beneficiar a todos los canarios. Me pregunto cuántos caerán en la trampa de la encuesta, olvidando el otro "beneficio frustrado" de las rentas de las prospecciones petrolíferas cercanas a Fuerteventura y Lanzarote, que acabaron como el rosario de la aurora y con unas descalificaciones contra los canarios del presidente de Repsol. Es patente que este mineral, codiciado ahora para la moderna tecnología, ya haya sido objeto de interés por las grandes potencias anteriormente citadas. Y mucho más si con él se puede fabricar algún componente de otra arma de destrucción masiva. El caso es que hoy un titular denunciaba la presencia de un barco espía ruso en aguas cercanas a Canarias, solicitando la evacuación de un tripulante enfermo. Con lo cual tenemos telurio para rato y para distraer al ciudadano de otros problemas verdaderamente más prioritarios.

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