El biólogo marino Michel André lleva años rastreando y buscando sonidos en el fondo de los océanos y prácticamente, afirmó, no hay rincones sin contaminación acústica, lo que tiene en ocasiones un impacto irreversible en la vida marina.

Las actividades humanas, como el trasiego de barcos o la extracción de petróleo, provocan contaminación acústica en el mar, que sumada a otros tipos de contaminación, lo van debilitando: "suponen una condena para los océanos, pero también para los seres humanos", lamentó.

André, que obtuvo, en su última edición, el galardón de la Sociedad Geográfica Española en la categoría de Investigación, lleva desde 2015 trabajando en el proyecto "20.000 sonidos bajo el mar", un trabajo con el que persigue confeccionar un mapa de lo que se escucha en el fondo de los océanos.

El experto señaló que "prácticamente no hay rincones en el océano sin contaminación acústica" y esto se explica porque las propiedades de propagación del sonido en el agua hacen que viaje a una velocidad cinco veces superior a lo que lo haría en el aire, por lo que "se oye mucho más lejos y, además, se va sumando".

No obstante, existen lugares más contaminados que otros; así, el hemisferio norte está más contaminado que el sur, y el Ártico prácticamente no recibe contaminación gracias a la capa de hielo que lo recubre.

Los sonidos en todos los mares y océanos pueden ser, además, de "baja intensidad pero constantes", como la de los barcos, y de impacto "inmediato y agudo", que llega a ser mortal para mamíferos como los cetáceos. Los tejidos internos de sus oídos pueden reventarse: sería similar a lo que nos puede pasar a nosotros con la onda expansiva de una bomba, recalca André.

Los cetáceos son precisamente los animales más afectados por este tipo de contaminación, dado que el sonido "es vital para el desarrollo de todas sus actividades", desde la búsqueda de presas hasta la reproducción, y por ello "todo el esfuerzo científico se ha volcado en entender su sensibilidad acústica". Sin embargo, hasta ahora no hay ninguna evidencia científica que relacione de forma determinante el varamiento de cetáceos en las playas con una exposición acústica, puntualizó André.

El investigador engloba la contaminación acústica en dos grupos: la que no es necesaria, como la de los barcos, que se solucionaría con una insonorización del casco, y la que sí lo es, como la de las técnicas utilizadas para la búsqueda de petróleo o gas en los océanos, para la que todavía no hay solución.

En cualquier caso, consideró que, a pesar de que ya hay avances a nivel de directivas europeas, hasta que no aumente la concienciación social sobre este problema no se podrá regular de forma constructiva.