Como sucede con la escritura, detrás de la fotografía está presente una particular mirada. Así lo concibe Roberto A. Cabrera (Canarias, 1971), quien considera que existe una cierta "respiración común" entre estas dos facetas.

Lo cierto es que ambas expresiones lo cautivan. De la fotografía dice que la acogió en época de madurez, mientras su creatividad como escribidor se nutre de una raíz adolescente. En cada una de ellas traduce claves como el amor a los detalles, la exploración de los espacios, la soledad, el desamparo...

Y sostiene Roberto que, de un tiempo a esta parte, percibe la necesidad de reflexionar sobre la naturaleza de esos dos lenguajes, deseoso como está de volcar su capacidad expresiva en una foto como también en un poema o un relato.

"El de la fotografía es un lenguaje que cada vez me atrapa más y satisface unas necesidades que, a lo mejor, la palabra no llena o no cumplimenta de la misma manera", subraya. En cualquier caso, esta dualidad creativa la asume "sin conflictos", como "facetas complementarias".

Recientemente, dos series fotográficas con su firma resultaron nominadas en el certamen Fine Art Photography Awards. Una, "La memoria hollada", en el apartado de tema libre, y la otra, "Intimidad", en el capítulo de desnudos.

Se trata del primer reconocimiento explícito que recibe este creador desde que, en 1997, la fotografía se convirtió en una compañera, un viaje en el que vivió el desplome de lo analógico, arrollado por el formato digital; la pérdida del laboratorio doméstico en el tránsito de las mudanzas y hasta el desaliento.

Fue en 2012, con ocasión de un viaje a Nueva York, cuando admirando una exposición de Francesca Woodman en el Museo Guggenheim volvió a revivir en él la pasión por la fotografía. Lo que ahora asoma son los frutos de aquella inspiración.

Desde entonces y hasta hoy, Roberto A. Cabrera ha ido preparando y trabajando colecciones que presenta a diferentes certámenes.

Sobre la serie "La memoria hollada" explica que comenzó espontáneamente, en un viaje a Alemania en 1997 y en la ciudad de Leipzig. Estaba reciente la caída del Muro de Berlín y en algunos espacios resultaban visibles las señales de decadencia de la época socialista, de la antigua RDA. "Me llamaban la atención los suelos adoquinados, antiguos y desgastados. Me fascinaban las formas, como también que ese suelo hubieran podido pisarlo personalidades como Bach o Nietzsche". Toda una carga emocional que traduce en esa manera particular de mirar los espacios vacíos; en esa predilección por lo decadente, desarreglado y descuidado. "Y me cuesta cerrarla", afirma.

En cuanto a la serie de desnudos, Roberto explica que desarrolla una aproximación que difiere de la tradición del arte pictórico. "Un repaso a la iconografía del desnudo en el arte está cuajada de estereotipos", dice. La fotografía rompe esos cánones y empieza a explorar un lenguaje propio. Algo novedoso.

"Cuando capto cuerpos tiendo a verlos como formas abstractas; me gusta atrapar el fragmento, pero también cierta atmósfera íntima".

Y cae en la cuenta de que trabaja el desnudo desde la misma visión fragmentaria que los suelos, aislando y concediendo abstracción a una forma; a la pose del cuerpo y su relación con los espacios... Un original enfoque.

La opción del blanco y negro no resulta aleatoria. "Mi formación es autodidacta y me inicié con el recurso de la imagen en blanco y negro porque era la que podía procesar y trabajar en mi laboratorio". Pero en esta elección también subyace una preferencia estética que descansa sobre "la capacidad de abstracción y ese distanciamiento de la realidad que el color no siempre permite", explica.

Roberto asegura sentirse fascinado por la "simplicidad" y, mientras tanto, se arma de pluma y cámara, atrapando imágenes.