Los resultados de la primera vuelta en Francia han supuesto un cierto alivio: los sondeos habían abierto la posibilidad de un cuádruple empate, dentro del margen de error, entre los cuatro candidatos principales. El centrista Macron, surgido de la nada en apenas unos meses, con la única de experiencia de dos años como ministro del socialista Hollande, su evidente mentor; la ultraderechista y populista Le Pen; el republicano Fillón, decidido a intentarlo a cualquier precio a pesar de los escándalos; y el insumiso Melenchon. El socialista Hamon quedaba fuera de los sondeos, y ha quedado quinto en la lista, confirmando el hundimiento europeo de la socialdemocracia clásica. De alguna manera, lo que estaba en juego en Francia -desde el punto de vista de la política nacional- era el cambio del sistema de partidos republicano por un sistema populista, en el que -desde la derecha y la izquierda- se rompía con el sistema republicano y con todos los consensos europeos. Sin Inglaterra, una idea de Europa es aún posible, pero sin Francia Europa sería una entelequia. El paso de Macron a la segunda vuelta (al margen del virtual empate de esta primera) apunta a que Le Pen no será elegida presidenta de Francia, algo que sí podría haber ocurrido si Le Pen se hubiera enfrentado a Melenchon. Macron cuenta ya con la mayoría de los votos de los socialistas y los republicanos de Fillon. Y aunque Melenchon no se pronunciará hasta consultar a sus bases, es improbable que sus votantes se vuelquen en Le Pen. Muchos se abstendrán en la segunda vuelta y habrá sin duda sorpresas, pero Macron parece destinado a convertirse en presidente. Los resultados son, en cualquier caso, asombrosos y suponen la desaparición del sistema de partidos de la V República. Es la primera vez que ni los socialistas ni los golistas llegan a la segunda vuelta. Macron, fundador de su propio partido, centrista, proeuropeo y de corte liberal, se enfrentará a la jefa de un partido que ha crecido imparable en la Francia acobardaba por la emigración, que ha barrido entre los campesinos y obreros castigados por la crisis -el mismo caladero que llevó a Trump a la victoria- y que lo ha hecho con un discurso ultranacionalista que recoge algunos de los elementos de la ''grandeur'' con los que De Gaulle consolidó por décadas el gobierno de la derecha francesa. Un partido, el Frente Nacional, que ha logrado atraerse el apoyo de una parte de la izquierda comunista.

Ahora lo que se enfrenta el día 7 de mayo -por primera vez- son dos ideas diametralmente opuestas de lo que es la República; la Francia liberal y progresista que quiere liderar junto a Alemania la construcción de Europa, una nación que supera la crisis, se moderniza y recupera el optimismo, y la Francia que desea encerrarse sobre sí misma, volver al pasado, romper con el mundo, cerrar las fronteras a la emigración y restaurar el proteccionismo económico y la autarquía.

Es poco probable que Le Pen gane la segunda vuelta: el sistema favorece la confluencia de los moderados, y además la dejarán con escasa representación parlamentaria, incapacitada para hacer una oposición de fuste. Algo parecido puede ocurrirle a Macron: su pequeño partido ''¡En Marcha!'', tendrá que enfrentarse en las legislativas a la maquinaria de los partidos tradicionales. Es muy posible que no consiga el suficiente apoyo en la Asamblea para aplicar esa política de tercera vía que ha intentado explicar estos meses. Tendrá que gobernar negociando a izquierda y derecha, pero en su caso eso no será tampoco demasiado problemático: a fin de cuentas, eso es precisamente lo que supone un programa de centro.