En 1798, un joven clérigo inglés, Thomas R. Malthus, publicó un ensayo sobre la población y su repercusión sobre de la sociedad. Establecía que existe una constante tendencia en la población a crecer por encima del abastecimiento de alimentos y de producción y que, a menos que la humanidad se impusiera un autocontrol, la población rebasaría el límite de subsistencia.

A Malthus se le olvidó la capacidad del ser humano para mejorar la obtención de recursos. La revolución industrial, el postfordismo, los avances en ingeniería y genética... El ser humano ha sido capaz de multiplicar la producción de alimentos conforme se multiplicaba la población de forma tal que hoy existe menos hambre en el mundo que hace cinco siglos, a pesar de tener más población.

Ahora bien, ¿podremos seguir ganando esa carrera? En el año mil teníamos solo trescientos millones de habitantes en el planeta. En 1950 había dos mil quinientos millones. En 1970 ya llegábamos a tres mil setecientos millones. En el 2000 superábamos los seis mil millones. Y sólo diecisiete años después -a día de hoy- ya rozamos los siete mil quinientos millones. Mil quinientos millones más en menos de veinte años.

Las cifras acongojan. Los seres humanos crecen como conejos y devoran los recursos naturales del planeta, exprimen sus mares como un limón y desarrollan todas las técnicas posibles para fabricar nutrientes. Pero hay un límite. Los expertos dicen que hacia el año 2050 estaremos tocando el techo de los diez mil millones de seres humanos. Aunque prevén que a partir de ahí la población crecerá a menor ritmo porque las tasas de natalidad están cayendo.

Pero los expertos son expertos en equivocarse. La natalidad disminuye en los países más desarrollados y crece con intensidad en los más pobres. La triste paradoja del subdesarrollo en el tercer mundo es que favorece el aumento de una población para la que no existen recursos.

A pequeña escala Canarias es un ejemplo significativo de las teorías malthusianas. En estas islas viven hoy casi dos millones doscientas mil personas. El crecimiento poblacional ha devastado amplias zonas de las Islas con cemento, piche, hormigón y acero. ¿Cuál es la carga de población que pueden absorber las Islas?

Un famoso problema matemático nos enseña lo pavoroso que es el crecimiento geométrico. Se trata de un estanque de diez kilómetros cuadrados en el que se pone una flor de loto que cada día se divide en dos nuevas. La reflexión es que el día antes de cubrirse completamente de lotos, el estanque tiene libre la mitad de la superficie. Si miramos la curva del crecimiento poblacional se percibe perfectamente que somos una especie de marabunta que alguien ha soltado sobre el planeta.

Hay gente que no se fía del ciego mecanismo del libre mercado y sostiene que hay que intervenir en la economía. Es la misma, curiosamente, que en los temas poblacionales apuesta por la absoluta liberalidad: creen que la población la fijará la evolución del desarrollo. No es lo que parece en Canarias, con una economía de servicios a pleno rendimiento y un cuarto de millón de parados.