El rey Felipe y doña Letizia han regresado a Canarias, por primera vez juntos en una visita institucional como monarcas, con una intensa agenda de actos que deberán agotar en apenas dos días de estancia en Gran Canaria y Tenerife. Cultura, ciencia y solidaridad constituyen el eje de sus encuentros con distintas entidades y proyectos que comenzaron ayer con una reunión para apoyar la presentación de la candidatura de Risco Caído a Patrimonio Mundial de la Unesco, en la Casa Colón de Las Palmas, seguido de una visita a la Plataforma Oceánica de Canarias en Taliarte, otra al Programa Mundial de Alimentos, en el puerto de La Luz, y concluyeron con un encuentro con el proyecto de Barrios Concertados, y un concierto en el Polideportivo de El Batán. En Tenerife, inician hoy la presentación del proyecto Barrios por el Empleo, del Cabildo de Tenerife, y una serie de audiencias en la Delegación del Gobierno con autoridades, empresarios, gente del deporte autóctono y responsables de "Canarias, plató de cine", además de una visita al Instituto Universitario de Enfermedades Tropicales y Salud Pública y un acto con motivo del 225 aniversario de la Universidad lagunera.

Un programa intenso centrado en asuntos sin polémica, cultura, ciencia, universidad, desarrollo humano y solidaridad. Un paseo cordial de celebración y encuentro con las potencialidades de las Islas en esos terrenos. Es probable que algunos echen de menos en este programa la presentación a los reyes de un somero repaso a las dificultades estructurales de las Islas: el diferencial económico negativo con el territorio peninsular y su correlato de mayor desempleo, pobreza, subdesarrollo, marginalidad e incultura... Pero el rey, siendo jefe no electivo del Estado, carece de responsabilidad directa en la gestión de los asuntos públicos. Su rol es meramente representativo y puede apenas ser arbitral solo en situaciones especialmente delicadas. La monarquía constitucional tiene absolutamente delimitadas sus funciones, responsabilidades y competencias, que se procura mantener al margen del debate político, incluso suavizando las aristas más duras que presentan sociedades y territorios visitados en el recorrido de su agenda. La selección de los asuntos que se someten a conocimiento y consideración de los reyes en los viajes que realizan por las distintas regiones españolas huyen del riesgo. A la monarquía de visita se la hace participe básicamente de una lectura de realidades amables, de esfuerzos por la superación y la mejora, de proyectos ilusionantes y de historias de compromiso social. La cultura, la ciencia y la infancia acaparan siempre la agenda de los viajes reales.

Porque lo que se espera de estas visitas, y se produce en ellas, es más simbólico que práctico: se espera una renovación del compromiso ciudadano con la continuidad de la monarquía, cada vez más desgastada por los usos y costumbres de nuestra modernidad, y lo que se produce es la recurrente sorpresa de que las sociedades no son solo la plasmación del conflicto, el rechazo y la crítica que vehiculan los partidos y los grupos sociales, sino también la suma de voluntades y optimismos, de confianza y aprecio institucional, que subyace inexplicablemente en el sentir íntimo del común. Ese afecto de miles de hombres y mujeres que estos días -sin ser expresamente invitados al encuentro entre lo real y sus vicarios- aplauden a los reyes en las calles.