Estos días la naturaleza nos ha recordado un tema básico en la historia de las Islas: la sequía. Con la entrada de aire caliente del vecino continente, acompañado del polvo en suspensión, muchos cultivos se han visto afectados por golpe de calor.

¿Qué hemos hecho para reducir el efecto de estos fenómenos sobre la economía de nuestros agricultores? De todo no es responsable la naturaleza, con o sin cambio climático. Leamos lo que ocurre en Tenerife -situación que se puede extrapolar a otros puntos de Canarias-. Aquí hemos tenido un invierno seco y, sin embargo, numerosos barrancos de Anaga han vertido en el mar varios miles de metros cúbicos. Mientras tanto, en las medianías de dichas zonas no hemos construido depósito o red de riego alguno. Valga como ejemplo que en el mayor espacio de suelo cultivable de la isla, en una sola unidad física que se extiende desde Las Mercedes a Machado, prologándose hacia Acentejo hasta la balsa de San Antonio, y que son tierras de gran capacidad productiva, la cosecha de papas se habría salvado con uno o dos riegos. Sin embargo, ello no fue posible debido a la inexistencia de un plan de balsas y una red de riego que contribuya a potenciar los cultivos en las medianías húmedas, que este año han perdido gran parte de la cosecha por falta de agua para dar un riego o dos, es decir, 40 o 60 litros por m2 de cultivo, mejorando la economía de nuestros agricultores y el autoabastecimiento de nuestro pueblo.

En otro orden de cosas, seguimos con la falta de una política hidráulica más ágil, en la limpieza y mantenimiento de las galerías. Numerosas comunidades de agua no tienen gestión, sobre todo las de pequeño caudal (menos de 30 pipas/ hora), ante la burocracia papelera y la judicialización de las mismas, tras el desgraciado accidente de Piedra de los Cochinos, a lo que se une la pérdida de gestión de numerosas comunidades en manos de la tercera o cuarta generación, que ignora incluso la localización de las galerías, y a una administración alejada de la problemática de que Hacienda no reconozca los gastos en el mantenimiento de las comunidades, ni tan siquiera los costes de la energía necesaria para la elevación de agua de los pozos, etc.

Es necesaria otra política hidráulica, que priorice el agua de las zonas altas, tanto para la población como para los cultivos, es decir, para que los agricultores no tengan que competir con el turismo en la costa, que puedan utilizar agua desalada. Las balsas de Fasnia y Trevejos son ejemplos de que el mercado no debe ser la única regulación que tenemos sobre el uso del agua. Con galerías en Guía de Isora y Fasnia y otros casos en balsas del Norte, vacías por pura ineficiencia, este es un tema grave que hay que atajar, pues estar vacías afecta no sólo al riego, sino a la prevención de incendios.

Tenemos otras asignaturas pendientes, como la depuración y la reutilización de aguas negras, con casos como La Laguna-El Rosario, en los que debemos depurar y reutilizar las aguas en el entorno.

Otra cultura sobre la economía del agua en los usos urbanos debe imponerse, ya que tenemos una lectura equivocada sobre el agua y una supuesta abundancia, con desaladoras que nos sitúan en la Arcadia feliz. El colegio y la sociedad tienen que hacer un esfuerzo de mentalización sobre el agua, como recurso escaso, y sobre todo la calidad de vida que genera una gestión más sostenible de un bien que, en el caso de Tenerife, ha sufrido el deterioro del acuífero con consecuencias directas sobre la producción de las galerías, que han pasado de producir más de 180 hm3 en 1980 a situarse en menos del 50% en estos momentos. Es en este plano en el que debemos hablar del agua y otro marco político, cultural, sobre el líquido alimento, en el que las obras hidráulicas con otra cultura en su administración nos obligan que busquemos gestión aquí y ahora con mayor eficiencia, tanto social como ambientalmente.

Está en nuestras manos un mejor uso del líquido elemento, que aprendamos de los maestros que construyeron miles de galerías y pozos que aún aportan el 80% de la demanda.