Cada vez que se publica la foto de la pobreza en España, en la Encuesta de Condiciones de Vida del INE o en los informes de Cáritas, nos desgarramos las vestiduras, y el crudo pincel de algún responsable de ONG nos dibuja la estampa de un país como el de "Marcelino Pan y Vino": de niños que roban mendrugos de pan para llevárselos a sus padres. Pero exagerar los perfiles dramáticos de quienes no tienen casi nada es un pecado venial frente a quienes nos pintan otro país moderno, eficiente y europeo.

La pobreza sólo es relativa en las estadísticas. Los indicadores que demuestran que quienes menos tienen en nuestro país tienen muchísimo más que millones de habitantes de los países más pobres no son ningún consuelo para los que llegan a fin de mes con la lengua fuera, con la ayuda de sus familias o el recurso de fondos sociales. La encuesta del INE nos enseña el mapa de una España de dos velocidades: la rica del Norte y la pobre del Sur, que no sólo entraron en la crisis económica de diferente manera, sino que saldrán de ella acentuando aún más la brecha que existía entre ambas. Ahí se delimita la responsabilidad de un Gobierno que para salvar España de la intervención y la quiebra trató por igual a los desiguales, que es la peor manera de ser injusto.

Canarias duplica los indicadores de carencia material severa que sufre el resto del país. Y se encuentra manifiestamente por debajo en todos los ratios de renta familiar o de ingresos por persona. No puede ser de otra manera, porque la pobreza está ligada al trabajo. El único factor de redistribución de la riqueza -junto a la acción de los poderes públicos- es el empleo. Y es un hecho incontestable que nuestro Archipiélago ha padecido durante décadas un paro ampliamente superior al que se sufre en otras comunidades del país y que el nivel de los salarios en las Islas se encuentra a la cola del Estado.

Con un precariado laboral que ni siquiera llega al mileurismo y un cuarto de millón de personas que no encuentra un empleo, ¿qué coño queremos? Pero una cosa es constatar una realidad y otra muy distinta cambiarla. La economía de las Islas está funcionando a pleno rendimiento. El sector servicios emplea a más de seiscientas ochenta mil personas y la venta de servicios turísticos, la actividad de mayor éxito, está batiendo todos los récords de visitantes. Y aún así, seguimos padeciendo un paro insoportable. Un paro que no va a absorber la agricultura estancada (apenas veinte mil empleos) ni la industria (treinta y seis mil empleos) ni la construcción (cuarenta y dos mil empleos), a pesar de ser este último el sector más prometedor. Tenemos más población de la que puede absorber nuestra economía. Es un hecho. Y cambiarlo exige un desarrollo económico de largo plazo y contar con la solidaridad de un Gobierno central que durante los últimos años pasó olímpicamente de Canarias. Esto va para largo.