No sabes cómo ni cuándo, pero un día te haces consciente, como si de repente te dieses cuenta de algo que has oído y leído tantas veces, pero a lo que no le diste la mayor importancia. Caminando de mano con la tristeza y con algunos momentos de ansiedad, a los que no has prestado atención, despiertas y cae sobre ti el peso de tu existencia; sientes, como si de la tapa de un yogur se tratase, la fecha de caducidad de tu vida: ¿cuántos años buenos me quedan aún? Y sobre todo: ¿cómo los quiero seguir viviendo?

No estoy contento con "algo" de mi vida y es el momento de dar el paso...

Pero ¿qué nos ocurre cuando llegamos al ecuador de nuestra vida? Ya sean unos años antes, o unos años después, llega una edad en la que te planteas si el resto de tu vida la quieres pasar igual que hasta ahora; tomas decisiones que dan un cambio radical: puede afectarte en el trabajo, en la pareja o en tu estilo de vida. Decides que algo tiene que cambiar. Pasaste la crisis de los 30, en la que creías que todo lo que habías soñado se iba a materializar y resulta que no sucedió así: tener una casa, un hogar, una pareja, unos hijos, en fin, una familia, o el trabajo deseado. Asumiste que llegaría más tarde y que tenías tus metas claras; sabías a por lo que ibas, pero... pasó la década y te encuentras sumido en otra vida que posiblemente no quieres que siga igual. Quizás tus metas eran erróneas o no te aportan lo que pensaste que te darían. Entonces, es el momento de luchar por lo que realmente quieres y no vas a seguir perdiendo el tiempo en mantenerte en una situación que no te agrada.

Cuando llegamos a los 40 tenemos la madurez de lo vivido, las consecuencias de nuestras decisiones y el resultado de nuestra experiencia. Nos importa poco el qué dirán, porque el resto de las personas no nos dan de comer, y de quien sí nos importa entendemos que si nos quieren entenderán nuestro cambio. Queremos ser de una vez felices en todo lo que nos rodea, aunque para ello dejemos algún herido en el camino.

Pero ¿es ese cambio tan radical, en busca de la felicidad completa, real? Por ejemplo, ¿cuántos matrimonios o familias se disgregan por esa búsqueda? Llevas muchos años con tu pareja y quieres volver a vivir la pasión y el deseo, sentir cómo se te acelera el corazón, tener sexo con otra persona; piensas que, si no lo intentas ahora, ya no podrás, y te ves en el bucle de tu vida de forma perpetua. No es que lo pienses de forma constante, pero te lo vas preguntando. Ves a otras personas que han dado el paso y que vuelven a una vida que tú hace tiempo ni te planteabas, te surgen ideas y nuevos proyectos. Uff, ¡qué peligro!, porque ¿sabes una cosa?, que salvo que realmente tu pareja sea insufrible, que la vida os haya hecho andar por caminos diferentes, que tras años de matrimonio no tengáis nada que ver y que el amor sano no exista, ¡salvo eso!, no merece la pena el cambio ni arriesgar buscando algo mejor fuera, si lo que tienes dentro quizás es, simplemente, mejorable... Probablemente pasará el tiempo y estés igual, aunque será con otra persona con la que compartas el sofá noche tras noche y la rutina haga que vuelvas a sentirte de la misma manera. Pensarás que quizás no mereció la pena el dolor que se pasó para estar donde estás.

En la crisis de la mediana edad entramos apurados, porque empezamos a ver el final del camino, arrepentidos de lo que quizás no hicimos y dándonos prisa en querer vivir intensamente las últimas décadas que nos pueden quedar buenas. Sabemos que la prisa no es buena consejera. Realmente es el momento de analizar, de filtrar qué cosas son buenas, qué cosas no lo son, cómo las puedo cambiar, qué puedo hacer por mí, por sentirme mejor, por mejorar mi día a día.

Por eso, vivamos siempre como si tuviésemos esos dichosos 40, con ganas y fuerza para cambiar lo que "realmente" no funcione en nuestra vida, con la tranquilidad de hacer la cosas por nosotros y para los nuestros, con la paciencia de la constancia, con la locura de lo racional y poder hacer aquello que antes eran sueños. Vivamos cada día como si nos quedasen unos buenos años por delante, porque estamos haciendo lo que nos satisface y nos enorgullece. Porque la vida son instantes, y estos van a empezar a ser por nosotros, siempre. Bienvenidos a los cuarenta perpetuos.

*Psicóloga y terapeuta

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