De la tierra sí se puede vivir y también de la tierra ecológica. Toñi y Antonio decidieron hace unos años apuntarse al proyecto "Buscándome las habichuelas", una iniciativa de Cáritas que ha dado formación agrícola a unas 40 personas en riesgo de exclusión social desde 2013. Llevaban mucho tiempo sin trabajo y las posibilidades de que el panorama mejorara eran escasas. Hoy, la primera vive fundamentalmente de las verduras, flores y frutas que le da su huerta, en Icod, que luego vende a restaurantes y particulares. El segundo, de comercializar sus cultivos, pero también los de otros, en el mercadillo de La Matanza. Los dos empezaron de cero, no sabían nada de agricultura; hoy su vida es resultado de esa siembra.

"Me ha cambiado la vida al 100%. Yo no tenía nada que ver con la tierra, pero ahora el sector tiene que ver conmigo", dice con orgullo Toñi. La historia de esta mujer, de 44 años, separada y con un hijo menor de edad, es un ejemplo de esa transición que han experimentado también muchos otros de los participantes en este proyecto solidario. Toñi había trabajado siempre cara al público, en distintos establecimientos. Nunca pensó que la tierra sería lo suyo. "Siempre lo digo, que a mí, hasta entonces, las papas en el plato". Su padre se jubiló y no pudo heredar la empresa familiar. Era un taller y no tenía formación. Un día vio en internet el anuncio y se decidió a intentarlo. A fin de cuentas, su familia tenía una huerta; por probar que no fuera. "Cuando empecé el proyecto yo lo mismo arrancaba rúcula que albahaca. No conocía las hierbas aromáticas, no conocía nada", recuerda.

A pesar del año de formación que recibió, fundamental para poder convertirse en emprendedora, muchos fallos no los vio hasta que llegó el momento de la comercialización. "Es entonces cuando ves los errores. ¿Tienes que sembrar en función de lo que demandan los clientes que ya tienes o debes buscar primero esos clientes? No hay formula. A nivel personal he aprendido que yo no era nada paciente. Siempre he sido superactiva y quería las cosas para ayer. Pero llegó un momento en mi vida en el que me di cuenta de que si no dedicas tiempo las cosas no sirven. Y a la tierra hay que darle tiempo y cariño". A Toñi le gusta contar su historia. "Me gusta tener la oportunidad de contarlo, porque puede que a otras personas les ocurra como a mí, que lleguen a pensar que ya no tienen nada que hacer. Te despiden, con 44 años, y se te viene el mundo encima, porque es lo que pasa. La vida se está poniendo muy dura, pero si nos podemos ayudar unos a otros no es tan difícil".

La historia de Antonio es diferente. Estudió Relaciones Laborales y sí trabajó durante años en la empresa de su padre, que se encargaba de la representación de productos alimenticios. Esa vía se agotó y empezó a buscar otras alternativas. Cuando llegó al proyecto de Cáritas llevaba más de cuatro años desempleado, "pero no parado". Hacía "cáncamos" y vendía refrescos, cervezas y agua en algunas playas. Cuando su tía se enteró, le dijo que por qué no aprovechaba la finca familiar, en Ravelo, que nadie usaba. Al principio fue bastante reacio, pero una cosa llevó a la otra -la insistencia y la ayuda de sus hermanos tuvo mucho que ver- y acabó intentando sacarle partido a aquella tierra olvidada. "Sé perfectamente lo que es trabajar duro y, aunque no supiera, no me daba miedo la agricultura: a mí no se me caen los anillos". Se vio muy perdido y pronto se dio cuenta de que sin formación no iba a ninguna parte. En una charla de Agrocabildo en La Matanza conoció a la trabajadora social que llevaba el proyecto de formación de Cáritas y decidió apuntarse.

Aunque cultiva, su verdadero don está en la comercialización. Antonio compra a otros proveedores para completar el suministro y cada fin de semana se va a La Matanza, donde vende en un puesto que tiene certificado de agricultura ecológica y del proyecto de Cáritas. No para de intentar colocar su mercancía desde que abre. "No paro, ni cojo el teléfono".

El proyecto de Cáritas estaba dirigido a personas en riesgo de exclusión social y, además de formación, incluía una beca y una ayuda de transporte para el desplazamiento hasta La Victoria de Acentejo y La Guancha, donde se desarrollaba. Por él han pasado cerca de 40 participantes, que han recibido competencias básicas y para profesionalizarse en este ámbito. De estas, casi la mitad se han dado de alta como autónomos y varias más se han insertado en distintas empresas del sector. Además, se han acreditado 22 fincas en materia ecológica con el sello ROPE (Registro Oficial de Productores Ecológicos) y se han superado los 60.000 metros cuadrados entre instalaciones propias de la entidad y de las personas participantes en las formaciones.

Ahora, Cáritas está inmersa en la expansión de su proyecto ecológico. En agosto de 2016 se puso en marcha la empresa de inserción Buscándome las Habichuelas SL, gracias al apoyo del Programa Operativo del Fondo Social Europeo, y este mes está empezando la nueva oferta formativa Tenerife en Verde, con ayuda del Cabildo, que seguirá formando en agricultura ecológica a personas sin empleo.

El técnico de Cáritas, Emilio Brito, explica que, de momento, la empresa -acaba de nacer- solo ha podido contratar a cuatro personas en exclusión, a las que hay que sumar el gerente y el propio técnico, pero en breve crecerá. Cuenta con 7.000 metros cuadrados de superficie de cultivo que ya planean ampliar. Aun así, ya trabaja con el sector de la restauración: suministra a restaurantes, como La Ecológica, en Santa Cruz de Tenerife, o al hotel Bahía del Duque, en Costa Adeje. "El objetivo de esta empresa no es sacar beneficios, solo ser sostenible y dar oportunidades", recalca. La tierra aún tiene mucho que ofrecer.