¿Quién decide lo que está bien y lo que está mal? Existe un monopolio de la moral a la altura de aquellos que se han servido de un conjunto de costumbres y normas que se consideran buenas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una comunidad. En plazas, cafeterías o en cualquier conversación de tipo costumbrista se emiten juicios de valor amparados en supuestas verdades absolutas. Lo observamos de forma más intensa en la política, una actividad que inunda todos los aspectos de nuestra vida.

Los estereotipos nos contaminan y marcamos los prejuicios según el lado ideológico que defendemos o criticamos. Si una persona es pobre debe ser de izquierdas, y si es rica, de derechas. Es el mantra más utilizado y menos exacto de la historia. Si usas un estilo de ropa determinado alguno te sacará tu ideología política definiéndote como un progre o bien, como un facha. Como si a los comunistas no les gustara una mariscada o a los conservadores que se acabe el hambre en África.

Si llevas la bandera de España probablemente te identifiquen con alguien de derechas; España es de los pocos países europeos donde la bandera de tu país te etiqueta como sospechoso de fascista. Lo mismo ocurre con el origen de la cuna: si eres de familia acomodada, tu destino será votar a los conservadores. Sin embargo, la historia ha demostrado que no todo es lo que parece. Tal y como se describe en el portal Desde El Exilio, Engels fue el hijo de un importante comercial textil nacido en la próspera Renania del Norte-Westfalia. Tras ir a clases de filosofía en la Universidad de Berlín, es enviado por sus padres a una de las empresas de la familia en Manchester. Cambio de rumbo para dedicarse a transformar el destino de la izquierda. Otro caso es el de Ernesto "Che" Guevara, hijo de una familia de ricos y aristócratas argentinos, que, habiendo estudiado medicina, no tuvo mejor idea que intentar extender la revolución en todo el mundo.

Sin embargo, hace tiempo leí una información publicada en el periódico El Mundo que daba la vuelta al motivo por el cual nos convertimos en conservadores o progresistas: Un equipo del Instituto de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Londres realizó en 2011 resonancias magnéticas a 90 jóvenes que previamente habían respondido un cuestionario sobre sus preferencias políticas. Sus cerebros eran distintos en función de con qué ideología se identificaban.

Las personas conservadoras tienen más desarrollada la amígdala cerebral, un órgano en el centro del cerebro que se asocia con la gestión del miedo y con la aversión a asumir riesgos. Y los cerebros de los más progresistas muestran una mayor densidad de materia gris en una zona que se llama cíngulo anterior, que se vincula con una mayor capacidad de aceptar la incertidumbre y de adaptarse a situaciones novedosas.

Nadie debe tener el monopolio de la moral, ni el de la ética; tampoco la capacidad de imponer estereotipos.

@LuisfeblesC