Cuando hacemos alusión a los cuentos chinos, generalmente ya lleva implícito que son cuentos de aquí y de allí, donde la fabulación que desarrolla su argumento se encuentra en su grado más alto, y que de esta situación para arriba solo queda la trampa, el arrebato retórico acompañado de una gestualidad estudiada y reiterativa, enmarcado todo ello en una imaginación calenturienta dejándole el mejor sitio a la mentira.

En estos momentos de intrigas, de dimes y diretes, de contubernios donde hay que ir por el contrario sin contemplación alguna, los cuentos chinos revolotean en todo el paisaje por donde circula la estupidez y la contrarréplica estólida y vacía. Y, sobre todo, cuando a través del cuento chino se pretende lograr réditos políticos amparados en la indignidad y en el trapicheo.

Existen componentes de ciertas agrupaciones políticas que lo único que enarbolan como bandera de sus posicionamientos es la falacia y la patraña, amparándose en ellas como si tal cosa; ni se les pone la cara colorada, ni sienten que sus pulsaciones le suben más allá de lo normal, ni nada por el estilo. Su desparpajo es apabullante y hasta hipnotizador, al menos para el corifeo de lacayos que les acompañan como si fueran los cuatro y más jinetes del Apocalipsis.

Tienen la capacidad de la tranquilidad, dando la impresión de que con ellos no va nada de lo negativo y deleznable que circula por la vida publica en toda su extensión, creyéndose poseedores de originalidad y no se dan cuenta, o sí, de que son repetitivos, que permanecen anclados, aunque presuman de progresistas, en el pasado más rancio y recalcitrante, que sus ideas son romas, que casi ni las tienen, que se conducen por instinto dejando atrás la inteligencia y las pautas de conducta que deben establecerse como garantía de una política adecuada y con la versatilidad perfectamente encausada.

Sus rostros enfurecidos traducen frustraciones que cada día son más evidentes, donde sus verdaderos ademanes se esconden tras los bastidores de una comedia que no se cansan de representar con el desparpajo simulador de los que ya anuncian, sin apenas empezar, caducidad al ser herederos de si mismos. Nunca han tenido ni patrimonio político ni estructura consolidada como organización por lo que venden solamente es humo que terminará difuminando aún mas su politiquería desvencijada por la mentira y la patraña.

Entre tanto, eso sí, seguirán erigiéndose en paladines de la democracia y la decencia; continuarán proclamando a los cuatro vientos que representan la honestidad y la clarividencia política, aunque por las esquinas que doblan se dibuje una sonrisa de burla, traducida en adelante en carcajada de puro pitorreo.

Los cuentos sirven para deleitarse, para dormirse, dado que las bondades de la literatura son inconmensurables, pero los cuentos chinos sabemos lo que dan de si: nada de nada.