España registró en 2016 una tasa de abandono escolar del 19 %, lo que nos sitúa en la cola de la UE, solo por delante de Malta.

En vista de ello, para reducir el fracaso escolar, el Gobierno del PP se ha propuesto aplicar una reforma educativa que ya ha plasmado en un proyecto de real decreto y que empezará a aplicarse en el actual curso escolar, por el que los alumnos no tendrán que sacar como mínimo un 5 en su calificación final para obtener el título de graduado en ESO. Esto quiere decir que los estudiantes de cuarto curso de la ESO podrán pasar al Bachillerato con una nota media global inferior al aprobado y con hasta dos asignaturas suspensas. Con esta medida, y con las modificaciones habidas ya en la Lomce, la enseñanza va a quedarse más o menos como estaba con la LOE socialista, que no obligaba a los alumnos a sacar una nota media de un 5, permitiéndoles, por tanto, graduarse con una evaluación negativa de dos asignaturas, siempre que estas no sean simultáneamente Matemáticas y Lengua, aunque excepcionalmente podrían suspender tres materias, siempre y cuando el equipo docente considere que su naturaleza y el peso de las mismas no les haya impedido alcanzar las competencias básicas y objetivos de la etapa.

Este borrador de real decreto ha sido enviado al Consejo de Estado para que informe sobre el mismo antes de ser aprobado por el Consejo de Ministros, previsiblemente antes de junio, para aplicarse en este mismo curso escolar, ya casi finalizado.

Veamos. ¿Por qué el Gobierno se muestra tan benévolo en la concesión del título de graduado en ESO? En el curso 2014-2015 (últimos datos disponibles) los alumnos que al finalizar la ESO obtenían el título de graduado en dicho nivel suponían un 77,3 %. Esto quiere decir que si el Gobierno eleva el nivel para obtener el título, este porcentaje bajará, lo que no sería nada bueno en un momento en que España necesita como máxima prioridad reducir su elevada tasa de fracaso escolar. ¿Y qué hacer, entonces? Pues acortar las cifras negativas en cuanto sea posible para que desde Europa no saquen los colores al Gobierno; por eso las consejerías de Educación, siguiendo instrucciones del Gobierno de la nación, o por propia iniciativa, tienen por norma permitir que los alumnos pasen de curso, incluso que obtengan un título, a pesar de suspender asignaturas.

Indudablemente, existe un imperativo legal de aprobar. Los alumnos solo pueden repetir una vez cada curso, circunstancia que desmotiva el esfuerzo, porque saben que pasarán de curso hagan lo que hagan sin tener la presión de aprobar.

Las autoridades educativas, en vez de velar por la calidad de la enseñanza y por el aprendizaje de las materias que corresponden a cada curso escolar, están dando un mal ejemplo a los estudiantes de conseguir resultados positivos sin esfuerzo total.

Efectivamente, a los chicos se les está inculcando la idea de que no es necesario esforzarse porque van a aprobar. ¿Para qué estudiar si van a pasar de curso sin aprobar y obtendrán un título, que al fin y al cabo es lo que buscan?

La escuela puede ser transigente regalando títulos, pero la vida real no lo hace. A los niños hay que inculcarles que la vida no es un camino de rosas, y además sin espinas. Hay que enseñarles que la vida es deber, es trabajo, es esfuerzo y es sacrificio para lograr una meta. La educación debe ser exigente porque, vamos a ver, ¿de qué se trata?, ¿de conseguir un título o de aprender conocimientos?