Ramiro Cuende, arquitecto, exconcejal del Ayuntamiento de Santa Cruz y "guía" de estas líneas lo declara: "Más que sobre su obra, de todos conocida y, diría más, por todos reconocida, la intención es hacer una semblanza de un personaje al que quise, con el que me entendía -tan solo observar su mirada-, del que aprendí y, al que, por encima de todo, respeté". La referencia es Rubens Henríquez Hernández (2 de abril de 1925-26 de abril de 2017), palmero de Los Llanos de Aridane y maestro de la arquitectura canaria, que también dejó su legado, su huella, en la capital tinerfeña.

Cuende recuerda que "sobre su época en las Cortes se editó un libro subtitulado Un impertinente en las Cortes, que epilogó con maestría su buen amigo Luis Ortega. Venía a decir que el personaje no se callaba ni debajo del agua; decía y defendía con maestría, trabajo, pericia, y algo de socarronería palmera, todo aquello en lo que creía".

Henríquez fue un palmero de pro, Hijo Predilecto de Los Llanos de Aridane, cuya alcaldesa, Noelia García, lo destacó, antes del minuto de silencio que se guardó en el reciente pleno llanense, como "un avanzado a su época, como todos los grandes genios". Cuende suscribe lo de "genio", y añade: "Me atrevo a decir que fue uno de los arquitectos más importantes de Canarias de los últimos tiempos, comparable a las figuras de los últimos siglos. Luis Cabrera, José Domingo Marrero Regalado o el grancanario Miguel Martín-Fernández de La Torre".

No olvida hacer un paréntesis con Las Losas, su casa de veraneo "y la de sus amigos -como dijo en más de una ocasión, su obra preferida-. Lo tenía todo en 128 metros, un puzzle en el que resolvió un programa exacto de forma milimétrica. Allí compartió muchos ratos con Elena, su esposa, y sus hijos Rubén, Elena, Jorge y Carlos. Su familia".

Toca ahora dar a conocer algunas de sus obras en Santa Cruz. "Podríamos comenzar -explica Cuende- por lo singular de su arbóreo trampolín con la piscina municipal y su entorno, y esa elegante curva que nos deposita en las Ramblas de la ciudad". O continuar por el colegio Hermano Pedro, otra "obra singular".

Ejemplo de su rigor arquitectónico sería "el edificio Chasyr, al final de Ángel Guimerá y casi a la altura de la plaza Weyler, pleno de virtuosismo compositivo y de sabiduría en el uso de los materiales. Por él no pasa el tiempo".

Entre sus obras preferidas, valora Cuende, "están las viviendas que construyó en Ifara para la sociedad Casas Baratas. En ellas demuestra su respeto y pasión por el paisaje y la adaptación a la topografía. Buscaba establecer relaciones entre lo particular y lo comunitario, lo público y lo privado, la intimidad de la vivienda -espacios básicos y recónditos- frente a los abiertos en la relación en comunidad -exactamente igual que en su casa del Camino Largo lagunero. La postura de un convencido urbanita".

"Estas viviendas tienen magia; son un edificio en altura formado por viviendas unifamiliares aisladas, con accesos independientes, sin patios comunes y sin ascensores. El encanto de sus veladuras -celosías blandas- fabricadas con piezas de hormigón vibrado que más parecen un textil calado de su La Palma querida que un muro de separación. Nadie se ve y todos están", valora.

"Un hombre solo. Respetado, querido por los que lo conocían, por los suyos, un personaje inolvidable, que siempre llegaba de aquella manera, la suya; elegante, silencioso, educado, observando, escuchando, tierno cuando podía", lo retrata Cuende.

Y concluye: "Comprobé cómo se apagaba despacio, igual que se movía. La última vez lo vi a principios de enero en el portal de casa con la señora que lo paseaba en su silla. Tuve la sensación de que ya no estaba ni quería estar, que se había despedido con anterioridad. No sé si me conoció. Dijo que sí, me saludó, aunque creo que con la sana intención de que lo dejaran tranquilo y lo sacaran de una vez a coger un rayo de sol más".