Portugal arde cada verano. Sin embargo, la costumbre ha alcanzado tal magnitud con la tragedia de Pedrógão Grande que el país se ha visto abocado a enfrentar finalmente la pregunta clave: ¿qué les hace tan vulnerables ante el fuego?

La cuestión, hasta ahora objeto de debate de los expertos siempre que las llamas devoraban la orografía lusa, llegará ahora con una fuerza inusitada al Parlamento, encomiado a legislar de forma urgente -prescindiendo de las vacaciones si es preciso- para que no se vuelva a repetir lo ocurrido el pasado sábado en Pedrógão Grande.

Al menos 64 muertos y más de 250 heridos han arrastrado al país frente al espejo para descubrir, como ha dicho el primer ministro, António Costa, que ha llegado el momento "de hacer la reforma de la floresta que estamos aplazando desde hace tiempo".

El año pasado Portugal fue el país de Europa más afectado durante el verano por el fuego, principalmente por la oleada de incendios que sufrió en agosto en la mitad norte continental y en el archipiélago de Madeira. En total, 100.000 hectáreas calcinadas de masa forestal en apenas diez días.

Además, según datos del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales, es el Estado más damnificado por los fuegos en el continente en los últimos años, todo resultado de una "combinación de factores difíciles de contrariar", expone a Efe el experto en incendios forestales Paulo Fernandes.

Fernandes, profesor en la Universidad de Trás-os-Montes e Alto Douro, en el centro de Portugal, conjuga cuatro aspectos clave: el clima, las especies que pueblan el suelo luso, -"un barril de pólvora"-, los malos hábitos de la población y la lógica empleada para responder a las llamas.

El "especial clima" portugués, que "produce mucha biomasa que seca en el verano", acaba por ser la base de todos los demás elementos, refugiados en una orografía repleta de territorios montañosos donde es difícil combatir el fuego, como han demostrado las complejas tareas de control en Pedrógão Grande.

Después, las especies presentes, con abundancia de pinos y eucaliptos, son una suerte de pólvora "que arden con facilidad y predominan en el norte y centro del país" junto a los alcornoques, otra de las variantes que "facilitan los incendios grandes".

No obstante, apunta Fernandes, son elementos que favorecen, no que causan. Como explica el experto, las costumbres sociales son determinantes en la relación de Portugal con el fuego, pues la quema en campo de restos agrícolas es una práctica frecuente en el país.

Una vez desatadas las llamas, el problema pasa a la respuesta que se da a los incendios, ya que el sistema de combate y extinción, dice Fernandes, es frágil no en los medios que se emplean, que "son razonables", sino en los conocimientos técnicos y el enfoque que se sigue.

"Los incendios se combaten más en una lógica de protección civil, de proteger a las personas, y eso es lo que permite que se vuelvan muy grandes", sostiene.

El sistema, dice, "debería evolucionar hacia un modelo más profesionalizado, con más conocimiento forestal, como ocurre en España y en otros países de Europa, porque aquí no está enfocado en la defensa de la floresta, sino en la defensa de las personas".

Los últimos gobiernos -también el actual en los últimos meses- han puesto en marcha iniciativas que Fernandes considera "tímidas" pero que, reconoce, han dado cierta importancia a la prevención.

En este aspecto está la clave, advierte. Portugal no puede cambiar de clima, y tampoco tiene capacidad para eliminar todos los eucaliptos y pinos del territorio; no pueden evitarse todas y cada una de las quemas de restos en el campo. Pero puede trabajar en el control de las especies peligrosas y la prevención de incendios.

"Las especies más difíciles, las que son más inflamables, son más exigentes en trabajos de gestión y prevención. Por tanto, es todo una cuestión de esfuerzo de gestión y prevención. Si ese trabajo existiera hay pocas diferencias entre especies", asegura.

Hay más factores: abandono rural, despoblación, pérdida de rentabilidad de la floresta. Un diagnóstico extenso para un problema crónico.