Una de las pulsiones más desconcertantes del ser humano es su ansia inaugural e incluso adánica, la no aceptación de la vida dada, y depositar en otros estadios o tiempos futuros la redención de toda adversidad, insatisfacción y frustración. Demandas colmadas por ideas simples pero mágicas, en las que la ilusión y el anhelo pulvericen el orden anodino de la existencia. El Círculo de Eranos, del que formó parte Eliade, Jung y otros sabios, sostuvo que la religión podría decaer o desaparecer, no así la religiosidad, que se mantendría intacta o acrecentaría. Una prueba de ello es el milenarismo, ese poderoso latido que subyace en anhelos exacerbados, que toman cuerpo en ideas simples, pero infalibles y decisivas para alcanzar la felicidad. Y reinaugurar un mundo puro y definitivo. La volición de este postulado ha tenido magníficos ensayistas en el populismo y el izquierdismo, que siempre que invocan el progreso, sin señalar y menos convencer de los medios para conseguirlo, es para retrotraerse al pasado más mágico, mítico o milenarista. Como vemos a diario, no hay futuro que no esté en el pasado (léase República) o haya de ser inventado "ex novo". Y lo sostiene la casta política de menor bagaje intelectual de la historia.

El arrebato ha alcanzado su vórtice paroxístico en Cataluña, con las más altas cotas de desparrame emocional, algarabía, guirigay y estallidos levantiscos (medievales), en los que actúa como gran agente rupturista el milenarismo, para tránsito a otra vida de renacimiento y plenitud ya bajo el dominio del esencialismo catalán.

Convendría frente a esa ebullición de hondas raíces, mucho más antropológicas que políticas, no actuar en el limitado terreno político, porque está demostrado que nadie puede vivir momentos históricos excepcionales prolongados, trances épicos eternos, algo que se demostró en Euskadi. No queda nada de aquella rebeldía comandada por el terrorismo. La historia enseña que lo que sigue es el aburrimiento, la desafección y la indiferencia. Las fantasías descontroladas del imaginario solo se pueden domeñar con la frialdad de lo simbólico y real que tan bien encarna la ley (civilidad). Contra esa perspectiva adviene la facción cazadora recolectora de Pedro Sánchez, monolítica, sumisa (bolchevique), para oponer sus propias ocurrencias oportunistas, tan pirotécnicas y bufas que las separatistas, y regresar como el Che a la selva boliviana en busca de inspiración, no revolucionaria marxista, sino indigenista: socialdemocracia "patchwork"..., ¡etnicista!

La "confluencia", incluso en los modelos sudamericanos, entre el populismo totalitario y la izquierda inane y ya ridícula, se estrecha más.