Uno de los mensajes más recurrentes de la izquierda es la denuncia de que no nos enfrentamos a otra gran crisis del capitalismo, sino al fin del modelo. Slavoj Zizek ("Problemas en el paraíso: del fin de la historia al fin del capitalismo") uno de los gurús de la joven izquierda europea, considera que Corea del Sur es el ejemplo perfecto del fracaso de la economía de mercado. Se trata de una revisión de la teoría marxista que establece que el perfeccionamiento del capitalismo conduce a su colapso. El autor describe que la máxima eficiencia productiva lograda en Corea del Sur, basada en "un desenfrenado ritmo laboral", ha transformado radicalmente a la sociedad en seres sin valores, infelices, consumistas compulsivos y con la mayor tasa de suicidios del mundo. Por supuesto que Zizek pasa de puntillas por la comparación de Corea del Sur con su vecina comunista del Norte donde el Estado mismo es un suicidio.

El gran nicho de mercado de los teóricos de la izquierda, que la lluvia de la crisis hizo brotar como setas nuevas entre los viejos cascotes del muro de Berlín, es que el gran público está dispuesto a comprar todas las críticas a un modelo capitalista que está fallando como una escopeta de feria. Pero su problema es que no pueden ofrecer otra alternativa mejor.

Alberto Garzón lo dice de forma contundente: "Este sistema económico está en crisis y, por ende, nosotros estamos en crisis. Los empleos se pierden, los salarios bajan -si bien no los de todos- y la pobreza y miseria se extienden por las ciudades". El mensaje apocalíptico está claro. Hay un fantasma de paro y pobreza que recorre el mundo. Sólo que no es verdad. Porque las democracias con sistemas de libre mercado han demostrado a lo largo de la historia que son capaces de reactivar su funcionamiento, basado en el crecimiento, después de atravesar las peores crisis. Y que donde ha funcionado la fusión capitalista con la socialdemocracia se ha producido la mayor etapa de desarrollo y prosperidad en la historia del ser humano. Y en cualquier caso, ¿existe un modelo alternativo?

Los nuevos teóricos han descendido hasta las catacumbas de la historia para resucitar el momificado cadáver del socialismo real. Disimulando las putrefacciones con el maquillaje de la antiglobalización (adiós a la internacional comunista) y cubriendo los olores a descomposición con el incienso de una nueva religión ("la Iglesia de la Calentología") el zombi del comunismo ha salido de paseo en un mundo de amnesia fácil.

Es la nueva versión de un sistema operativo basado en el control estatal y "democrático" de las grandes empresas y del conjunto del sistema financiero, apostando por la colectivización y un nuevo paradigma de propiedad pública. Se vuelve a hablar, pues, de la propiedad colectiva, de un reparto de la riqueza establecido sólo a través de los poderes del Estado convertido el gran hacedor, en el planificador y controlador de las vidas. Lo dice, por ejemplo, un brillante economista de la nueva izquierda, Josep Manel Busqueta: "el individuo como categoría social al margen de la sociedad es una patraña ideológica que sirve para el desarrollo del capitalismo". Yo no soy yo, sino los demás. Tú no eres tú si no estás al servicio del Estado.

La ciencia del siglo XX pasó de organicista a sistémica. A comienzos de la pasada centuria a los científicos les empezó a interesar no el carácter y las propiedades de los elementos en sí sino el asunto de su relación con los demás. Mezclar dos átomos de hidrógeno, que es un gas, con uno de oxígeno, que es otro gas, produce agua, que a determinadas temperaturas es un líquido y que tiene propiedades completamente diferentes a las del hidrógeno y el oxígeno. Esas "propiedades emergentes" que surgen de la combinación de elementos fascinó al mundo científico. De alguna forma, a los herederos del pensamiento comunista les siguen seduciendo las propiedades emergentes de la sociedad. La manada antes que la oveja.

El gran fracaso del comunismo es que niega al individuo para sustituirlo por su función gregaria. La estructura que surge de los enlaces sociales -el Estado- es más determinante que las partículas que se combinan. Pero negar al individuo, postergarlo frente a la sociedad, es negar la libertad. Es darle más importancia al Quijote que a Cervantes. Poner la obra antes que al creador: seres humanos como simples piezas al servicio de la gran máquina del sistema. Un sistema que también necesita una dirección. Por lo que al final todo se reduce a sustituir la élite de la riqueza del modelo capitalista por una privilegiada oligarquía política. O sea, la casta de la pasta por la casta de los galones.

Si la vieja izquierda quiere sustituir las democracias de mercado por un nuevo modelo económico tendrá que pensarse una alternativa mejor. La momia resucitada, por mucho que esté de moda reciclar, aún apesta.