Pese a lo que parezca, la capacidad para confiar del ser humano es ilimitada y muchas veces irracional. La gente confía sin saber muy bien por qué, como una especie de acto de fe. Esta semana he hecho una especie de encuesta improvisada personas de diferente edad y condición preguntándole cómo va a terminar lo de Cataluña. Una aplastante mayoría de respuestas han sido profundamente optimistas: "Acabará en nada". "Rajoy lo tiene todo preparado y en cuanto los catalanes la monten les va a caer la del pulpo". "¿No ves a la Soraya esa que está tan tranquila? Eso quiere decir que está todo controlado".

A mi todo esto me recuerda los mensajes de tranquilidad que se emitían por la megafonía del Titanic. Vayan a bailar con la orquesta que no pasa nada. Pero la realidad es que el agua ya nos llega a las canillas. Y da la sensación de no hay nada preparado. Porque no es fácil cuando casi la mitad de los ciudadanos de una comunidad, país, nacionalidad o nación, apoyan a quienes dispuestos a liarla a lo grande en un proceso de sublevación.

La estrategia de ir contra el patrimonio personal de los cargos públicos que malversen el dinero, puede resultar efectiva. Pero a largo plazo. El reto de los independentistas catalanes de sacar las urnas a la calle parece que no se va a impedir por esa vía. El gobierno de Rajoy y el Constitucional han rodeado de un alambre de espino de amenazas a los funcionarios públicos o autoridades que de alguna manera participen en este proceso. Ya dimitió el jefe de los Mossos y el de emergencias. Pero quienes les sustituyen son de obediencia independentista. Si los Mossos y miles de políticos y funcionarios desobedecen en todos lados, será prácticamente imposible procesar y juzgar a esas miles y miles de personas, desde concejales a diputados. Si eso se consigue y se hace la consulta (absolutamente ilegal y sin garantías) al día siguiente de contar los votos del sí, el presidente Puigdemont declarará la independencia de la república catalana. ¿Y entonces?

Cuando el desafío de las instituciones catalanas llegue a esa declaración, el Gobierno de España tendrá que abandonar el terreno de la ficción y pasar a las manos. Y entonces entraremos en aguas pantanosas. La disolución de una autonomía es algo sin precedentes en nuestro país. ¿Qué es? ¿Sólo la disolución del Parlamento y el Gobierno? ¿Y las restantes instituciones autonómicas?

La lacónica indefinición del Gobierno con respecto a Cataluña es inquietante. Puede ser estratégico -que el adversario no sepa tus cartas- pero no tranquiliza. Apelar a la ley no vale un pimiento cuando alguien se ha salido de ella. Si la consulta se celebra -y tiene toda la pinta- el primer asalto lo habrán ganado los secesionistas. Después de eso sólo quedará la ruptura total. De la retórica política a la práctica de la fuerza. Y eso no será la solución, sino el comienzo del problema a otra escala.