Una pastilla de jabón lagarto marcó para siempre en 1956 la vida de Antonio Cabrera Pérez-Camacho. Tenía entonces solo cinco años y veraneaba con su familia en el municipio norteño de Garachico. Travieso como era, no dudó en cogerle a otro niño una porción del tamaño de un ladrillo del popular detergente sólido y lanzarla a una casa en construcción. La respuesta de su compañero de juegos fue inmediata: temía la reacción de su padre, en una época todavía de carencias y necesidad, y se puso a llorar. El pequeño Antonio le dijo que no se preocupara, y acto seguido empezó a trepar por la fachada con la intención de recuperarla. No lo logró. Cerca ya de la azotea un bloque suelto se interpuso en su camino. Le hizo caer a la calle y, además, se le vino encima, sobre la pierna. Se la destrozó.

El protagonista de aquella historia falleció el pasado 28 de julio a los 65 años. Estudió en La Salle-San Ildefonso, se licenció en Medicina y Cirugía por la Universidad de Zaragoza y continuó su formación en Odontología en Rosario, en Argentina. Volvió a la Isla y desarrolló una carrera prestigiosa como dentista. Y es que, lejos de acabar mal, una vivencia infantil que lo tenía todo para desgraciar su futuro concluyó de forma extraordinaria: con la extremidad repentinamente curada y con Martín de Porres convertido en el primer santo de color.

Según rememoraba el propio Cabrera en un reportaje publicado en este periódico en 2012, su pierna había quedado tras el golpe como un "amasijo". "Comprobaron que estaba fatal y me comenzó una gangrena terrible", indicaba al echar la vista atrás y a la labor médica. El informe arrojaba, si cabe, una perspectiva más inquietante: "25 de agosto de 1956. Ingresa en la Clínica Santa Eulalia (Fundación Capote), apreciándosele extensa herida por desgarro y magullamientos en la cara dorsal del pie izquierdo, con infracción de maléolo externo y de metatarsianos. El pie aparece frío y cianótico al cabo de hora y media a dos horas del traumatismo". Empeoraría. Al sexto día, los facultativos decidieron que la solución era amputar.

La sorpresa vino después. "Mi madre era una mujer bastante religiosa; me puso la estampita en la pierna y pasó toda la noche llorando y rezando. Al día siguiente, cuando llegaron los médicos para amputarme la pierna y me quitaron todos los vendajes se quedaron asustados porque había habido un cambio radical. La pierna tenía circulación y un aspecto totalmente diferente. Me tocaban y había una sensibilidad, sangraba... Había dado un cambio de la noche a la mañana. Y no hubo que amputarme y se fue mejorando hasta que me dieron el alta", proseguía Antonio Cabrera en su feliz testimonio.

Fue meses más tarde cuando los doctores empezaron a contemplar la posibilidad del milagro, una vez que la madre les confesó que antes de la operación le colocó una reliquia del todavía beato Martín de Porres en el pie. Esas palabras darían paso al certificado en el que los médicos hacían constar la "rapidez inexplicable de la curación" y la posibilidad de que hubiesen concurrido "causas sobrenaturales", la creación de un tribunal eclesiástico para determinar lo sucedido y la declaración de entre 15 y 20 testigos. Igual que la recuperación del pequeño, el proceso acabó de forma exitosa. No era solo un milagro; era "el milagro", el que faltaba para completar la causa de canonización de un santo que terminó subiendo a los altares el 6 de mayo de 1962 en una ceremonia oficiada en el Vaticano por el papa Juan XXIII.

De la memoria de su hermano Miguel Cabrera, conocido abogado, no se borran las imágenes de la Guardia Suiza Pontificia escoltando a un Antonio de apenas once años, las colas en el hotel para conocerlo, la gente queriendo tocarlo "como si fuese un ser milagroso" o la intervención en Radio Vaticano para todo el mundo... "¡Fue algo tremendo!", se seguía sorprendiendo anteayer el también exparlamentario regional.

El "niño milagro", como lo llamaron por aquellos días los periódicos italianos, superaría décadas más tarde dos infartos, un grave accidente de coche y, por dos veces, la enfermedad. La tercera vez no pudo ser, aunque la lucha, destaca su hermano, la libró con humor y fuerza hasta el final.